La Nostalgia en duermevela, porque si el tiempo olvida, la poesía muere.
Comentarios al libro Ciudad de Azul y Viento de Lidia Salas
Por: Magaly Salazar Sanabria
El tiempo de la poesía está inmerso en ella, la acompaña por siempre, a menos que el poeta se desprenda de su fardo y la deje morir. Por eso, la nostalgia trae consigo los recuerdos y actúa muchas veces en sentido terapéutico cuando la memoria es indulgente.
La poeta Lidia Salas en su libro Ciudad de Azul y Viento, dedicado a su tierra natal, Barranquilla, recrea los espacios amados, los personajes arropados en los cuidados de su alma, las flores que todavía perfuman los días de su vida, las canciones de los bares, los avatares y murmullos del mar con su puerto de esperanza, adioses, esperas. Así, como el rompecabezas de un mago va apareciendo la ciudad que nos empapa con su salitrosa belleza y querencia. En el poema “Saudade”, el hablante poético sepregunta “¿Cuánto duele el acíbar de tanta lejanía?” respuesta que sólo se escribe en sus versos
La autora no hace un registro de objetos, calles, gente. Ella recorre de nuevo cada rincón con sus misterios, pesares, alegrías, bellezas y va descubriendo en cada uno de estos parajes la inefable certidumbre de lo que vivió y quiere revivir y lo dice en poesía para que su Barranquilla no muera en ella y así dice: “Ciudad donde por vez primera conocí la belleza” para afirmar la frase de Rabindranath Tagore que dice: “La belleza es verdad”
En el poema “Tajamares”, se lee: “ciudad que giras / en las canciones de mi boca.”
Los versos anteriores ratifican lo que hemos sostenido hasta ahora. El recuerdo tiene mayor filiación con el corazón que con la mente y es a través de la palabra como, Lidia Salas, demiurga de la poesía, da rienda suelta a sus encantamientos para manifestar, en un bello cosmos poético, a su ciudad natal. Y podemos afirmar que, a pesar de los recursos poéticos, hay elementos vitales que conforman su experiencia del adentro y del afuera de la ciudad, que nos acerca cada vez más a Barranquilla.
Ese cosmos esconde los fragores nocturnos y eróticos de los marineros, de los amantes, del amor a los padres, a los amigos y la madeja del amor se va estrechando hasta transformarse en un hilo conductor que atraviesa todo el andar de Ciudad de Azul y Viento, convirtiéndolo en un poemario de amor y de reflexión. En el poema “El estropicio” dice: “Un día somos y el torrente del tiempo / nos lleva y nos devuelve/ al verdín de las acequias/ a muros carcomidos por la ausencia…”
Todos los sentimientos afloran envueltos en el lenguaje musical de la tierra. La naturaleza está presente y comparte con nosotros sus misterios y deslumbramientos. Naturaleza mitificada por las querencias de la lejanía. No es un paisaje simple, es la búsqueda de las mieles y el acíbar, de los ángeles y los demonios de cada rincón, de cada calle. El poema “El miedo” anuncia una tragedia: “ser herida caminante / entre los cardos / sin óleos para cicatrizar /las pieles desgarradas.” en donde el yo poético confiesa el inmenso dolor de la separación, de las raíces mutiladas y de la soledad.
La misma poeta se refiere a la pena con estos versos: “Ancestral desgarradura./ Sentirse extraño con restos de palabras/ que golpean tan duro como los guijarros. / Triste tonada de la despedida/ sonaba cuando fuiste arrojado de tu casa / a lo lejos del camino.” En estos poemas hay canto y pesadumbre. El canto celebra la naturaleza, el amor, la vida, las flores y plantas, el mar, los barcos, el puerto, los padres, hermanos, amigos, maestros, a los artistas, pintores, escritores, poetas, músicos. También, festeja al hombre simple como personaje popular y a lo doméstico. Lidia Salas vuelve a la infancia, a través del sepia de la fotografía y del recuerdo. Lo sentimos en: “¿Captarían los espejos de la cámara / la nostalgia de la infancia?”
Entretanto, la aflicción denuncia la muerte, el acoso de la dicha, de las condiciones más estimadas del hombre, en síntesis la fragilidad de la vida.
Aunque este lenguaje se puede definir como de la terredad, tendríamos que señalar lo trascendente de la nostalgia en duermevela que responde al universo del espíritu. Agridulce de la vida que la escritora, como una confesión, dicta al yo poético y en donde se reconoce un vacío, que es la vastedad de los deseos, de la nostalgia.
La intimidad tiene su anchura en esta obra: En el poema “El tiempo” se refiere a la madre y la “la casa arrasada por crueles despedidas” .Todo, hasta “la antigua melodía”, está untado del achiote amoroso de los fogones y de la infancia. La soledad también se revela: “Lacerada de olvido/ navego por dársenas ajenas./ A las espaldas/ sólo la sombra de la muerte.” Ya la alteridad está en entredicho y la identidad ha perdido la brújula afectiva.
De acuerdo con el oficio de Lidia Salas, la poesía es “como un barco que zarpa hacia el oculto esplendor de las palabras.” La escritura termina pero sus enigmas continúan fluyendo entre el olor de los rones de las tabernas y los colores de los almendros, cayenas, robles en flor, en una absurda competencia de hieles y mieles. El poemario concluye con versos de amor dedicados a su amado esposo, ido, cuando sólo Dios le dio permiso. Como en oración de la mañana, parecida a la que hacía el hijo de Dios en un lugar solitario (Marcos 1:35), Lidia escribió hacia la ventana del cielo estos versos: “Hechizo de Isla”/ “A tus labios, goce donde se deshacen /las sales del exilio. /A tu lengua, roca donde me astillo /y permanezco./ Magia de una dicha que se esparce/ desde el centro del ser estremecido./ Deslumbramiento en íntimos fulgores, el amor.” Para cumplimentar la musicalidad del lenguaje de esta obra, terminamos con una cita del poeta costarricense, Francisco Amighetti, que dice: “El poema es también/ la noche en la ventana/ en donde el ruiseñor/ de una constelación canta”
Noche de Solsticio de verano en la Isla de Margarita. 2015
Magaly Salazar Sanabria
Poeta / Ensayista./ Ph.D. en Literatura