Por María Ysabel Novillo
EL ACTO PURO
Delante del regazo de la figura de Sophia realizada por Alberto Durero hay grabados nueve escaños que se centran sobre su corazón. A sus pies, se leen estas palabras:
“Lo que tienen el Cielo y la Tierra, el Aire y el Agua. Lo que hay de verdadero en las cosas humanas y lo que Dios ígneo hace en todo el Orbe, yo, la Filosofía, lo llevo todo en mi pecho.”
¿Será, éste, me pregunto, el Imperturbable corazón de la Verdad?
Sobre este corazón recostaría, entonces, su rostro la Poesía, la verdadera.
Crisol sobre el fuego ha puesto este libro de TERESA CASIQUE.
Entiéndase que, no es lo mismo morar a la sombra de la poesía que establecerse en su misterio. Y nada tan misterioso hay como la claridad.
Pureza de intención la ha asistido.
La sencillez y el candor de saberse beneficiario, no autor. Instrumento, no ejecutante.
Amanuense prudente de lo purificado largos años en el estudio, en el silencio y, posiblemente, en la duda.
Así, con su obra, obra en otros con virtud.
Siendo la Virtud la reducción de una potencia en acto con el que se obra el Bien.
Siendo que confiere el recto uso de la actitud, a fin de que devenga causa de todo lo Justo y todo lo Bello y que, si falta el conocimiento de la verdad —su inteligencia— no hay verdadera virtud.
La Verdad es la esencia de la idea del Bien, dice.
Al leerla, en ese volver a poner la mirada sobre las palabras de quienes han dejado el mayor bien a la humanidad en Filosofía, en Poesía y en reflexión espiritual, se percibe una escogencia que ha sido fidedigna, acertada, coherente.
Se podría sentir que el mundo del pensamiento está unido al cielo por eslabones de una cadena áurea que, descendiendo, mantiene la cohesión de las ideas. Cada anillo, cada círculo o esfera, condensa una voz de sabiduría con centro y movimiento propios que partea e irradia a la siguiente, tal como ha hecho Teresa Casique. Ha comenzado por los fundacionales griegos, los mayores. Y así, ha enlazado un seguimiento que vive en sí mismo y actúa en su conjunto. El fuego de la verdad alimenta su fragua y une, por atracción de semejanza, a todos.
En las palabras de Goethe:
“Déjate llevar por esta cadena y que guíe tu mano en el Arte. Verás como todo se teje en un conjunto, como una cosa actúa y vive en la otra”
De este trabajo meditativo —que así lo ha llamado su autora— intuyo que pueda devenir mucho fruto para los talleres de almas que suelen ser los talleres de poesía. Texto necesario. Breviario. Memorial, para quienes se ofrezcan a ser tocados por esa fuerza de lo incallable e indecible a la vez.
Sobre la Poesía y la Verdad —cosa comprometida— podría decirse lo que dijo un sabio hebreo al ser invitado a hablar sobre el Cantar de los Cantares. Dijo: “Es una cerradura cuya llave se ha perdido”.
“La exigencia de la verdad como médula del poema” nos propone Teresa Casique. Para dejarnos, luego, como niños ante un álbum de criptogramas por esta llamada —en portada— mínima meditación.
Mínima, será, como la semilla de mostaza en el viento.
Mínima, como el grano de granada que impide regresar del mundo ínfero.
Mínima, como la distancia que hay entre el pulgar y el índice y mide el espacio, pequeño, entre el pecho y la garganta. Ese espacio, mínimo, que según Homero es por donde más pronto sale el alma.
El espacio de la perla. El que Heidegger pide para hacer la tierra. Ese hacer la tierra alquímico del que el poeta debe pagar el valor al precio de su carne.
El valor de la Preciosa Margarita, no para lucirla como atavío de vanidad, sino para enterrarla. Hacer la tierra interior del poema. La Obra.
La desocultación del Ser, acontece en la Obra.
Acontece la verdad siendo obra de la Obra.
Mínimo, pues, como ese asunto mínimo que separa al nadador avezado del que sobrevive a un naufragio. Buen puerto pretende el que busca la verdad. Pero, valor precisa. Que, “Si los riesgos de la mar considerase, ninguno se embarcase”.
Dicen que el deseo trae la posibilidad. Así, desear la Verdad nos acercaría a ella, tal como amar a un ser noble nos daría nobleza o el amar a un ideal de luz, nos iluminaría. Parece ser que es ley que el que ama deba compartir la suerte de lo amado.
Ese amor, sería la pequeña traza de oro necesaria para lograr una mayor. Sólo portando en el sistema de indicios interior un mínimo centro magnético que ejerza atracción por la Verdad puede el poeta recibirla, comprenderla, vivirla.
Platón da por sentado que en todos está ese punto de oro, pero ha sido olvidado.
Amnesia. Una pérdida de memoria originaria. Una realidad perdida, como la nombraban los escribas egipcios.
Voces de la Memoria, sería entonces otra forma de decir poetas.
Pero, a un hombre podría ofrecérsele la verdad, pero no la reconocería a menos que algo en su esencia respondiera a ese llamado.
Que fuese responsable. Capaz de responder.
Si cada cual responde a su verdad, entonces, la vida impropia,
—no sólo porque carezca de inteligencia, razón y sensatez—, sino, impropia, por ajena ¿a qué responderá?
Sería, vista así, la mentira un error de apreciación.
Lo que Rafael Cadenas definió con el “es como si”.
Es como si amaramos, es como si viviéramos. . . es como si. Pero no es verdad, sólo es como si.
Es posible que al poeta le sea permitido habitarse, comprender los registros de servidumbre que puede llevar un hombre en su interior.
Quizá el poeta lo que busca primero es el Reino, lo concerniente al Reino, lo real, su Justicia. Y desde esa justeza de voz de lo real, confía. Con Fe, confía, en que todo lo demás vendrá por añadidura. Lo que deviene de la naturaleza es lo natural. Lo que deviene del Reino, lo real.
Labor de Mujeres es este libro de Teresa Casique. Momento de la Vida en el cual, quienes no han sido impacientes, comienzan a purificar, a blanquear, a esclarecer, a lavar los ojos. Como esos grabados antiguos alquímicos donde las mujeres, con sencillez, lavan y blanquean las vestiduras, los pensamientos, los actos. Una cierta indiferencia, una labor mínima, diaria, inocente. El acto puro, después del cual deviene la Felicidad, el Juego de Niños.
No parece ingenuo, pues, que ciertas labores sean llamadas inocentes. Y, la poesía, entre todas, la más.
La verdad no nos lanza arena a los ojos, dice.
La mentira se opone al camino del noble, dicen.
La mentira mata la esencia, dicen.
En otro tiempo existió una tradición en la que un hombre podía dirigirse a un altar público y allí, en ese lugar fundado y llamado La Piedra de los Objetos Perdidos, dar a conocer su pérdida, su dolor. Allí, ofrendar para recobrarla, pactar.
Pedir noticia de su paradero, rogar que le fuera devuelta.
Pero, aquél que ha perdido el objeto de su vida, su verdad, ¿a qué piedra podrá dirigirse?
¿Qué o quién será el mensajero que lo alivie? ¿Seria posible que la Poesía fuese esa piedra? ¿La pequeña, la oculta, el vitriol de la vida?
Lo que permanece.
La memoria. Primero un ser recobra la memoria. Después recuerda. Re—cordis. ¿Vuelve al corazón?
Eso, que permanente, fundan los poetas, nos re—cuerda Hólderlin.
Hilado fino. Porque, para un poeta, el sentido de una palabra no es otra palabra, como en los diccionarios.
Tiene Dieciséis puertas este libro y una ventana abierta hacia lo que ella llama Noche y Verdad. A la Fundación para la Cultura Urbana, le ha correspondido —en suerte, por esas suertes que Dios reparte— brindar el soporte editorial.
Este libro de color turquesa, recomendado —con énfasis— por el Jurado del VI Concurso que, anual y abierto a todas las disciplinas, auspicia esta Fundación, viene precedido por estas palabras:
“Lúcido, sereno, profundo, en torno a la nuez de donde emana la creación poética”. Así nos lo presentan.
No son palabras de cumplido, son de mérito.
En el capitulo Doce, la autora nos guía al encuentro con la poesía de T. S. Eliot. Encuentro perturbador.
La Tierra Desolada de la Leyenda del Grial.
Un tema fuerte: lo baldío, lo estéril. Y el Caballero —que nunca nombra, que puede redimir al reino— y que sufre por lo no dicho a tiempo. El daño de Percival está en callar. En no hacer la pregunta necesaria cuando debe ser hecha.
En no mostrar la emoción necesaria, por cortesía, dice.
No atreverse es duro daño.
Lleva mayor exilio, mayor carga, el caballero que no supo decir las palabras precisas.
Veremos como luego, con los años, Eliot lo toma (velado, siempre) en esa quinta sección del “East Coker”, que Teresa Casique llama —y es— un conmovedor, emocionado poema. Remito a la obra Poesía y Verdad en sus páginas 57 y 58.
Cabe decir que Eliot, se negó a explicar sus arcanos. Su aparente sentido inconexo. Sólo, en una ocasión dijo:
“Consideremos que la Tierra Baldía retrata un cierto estado del ser que no es privativo de hombres o mujeres”.
A propósito de lo que la autora llama “ideario de la despersonalización” en algunos escritores y, dado el caso, en Eliot, —lo cual no significó para ellos un alejamiento de sus verdades—, reflexiono:
El poeta está, a veces, como a distancia de sí mismo.
Se dice en Arquitectura Medieval que tomar distancia es fundamento del Arte, dirigido al arquitecto más que a la Obra. Una cuestión de perspectiva interna frente a sí mismo y las cosas. Esta distancia, despersonalizada, de sí mismo a sí mismo y, de sí mismo a las cosas, deja espacio.
El espacio necesario.
La Carta en Blanco. Cada corazón sabrá para qué.
Quizá sea lo que permita el sentido.
“Tuvimos la experiencia pero perdimos el sentido y, acercarse al sentido restaura la experiencia”, dice Eliot.
Me pregunto si ese acercarse al sentido no lleva implícito un necesario alejarse. Distanciarse de la persona y de toda su autoimportancia.
Me pregunto si sentido es significado. Y, me pregunto: si la comprensión del significado es esencial para la experiencia de lo real, al perder el sentido ¿Qué hemos perdido?.
Finaliza este libro con una mirada de la autora que deja, con toda razón y pasión, bienamados y adamados a dos seres. A dos voces maestras. Poetas que sabemos de Anunciación para ella, portadores de verdades necesarias para su propio e íntimo devenir, para su residencia en las palabras.
Los que ella pone, con devoción, baja la rosa:
Rilke y Armando Rojas Guardia.
Les hace compartir un aire de familia. Les hace mantener nexos ciertas, consanguíneos, entre Poesía y Religión. Entre Poesía y Verdad. Y así es, para ambos.
El disfrute sereno de esos capítulos quedará a los lectores, pues la brevedad de este momento impide la dedicación que merecen.
Recuerdo haber escuchado decir a un poeta que la palabra
“Gracias” era una de las más nobles que se podía pronunciar. Es verdad.
No somos ateos los poetas, sabemos agradecer.
Así, doy Gracias a Dios, el que nos guarda en la palma de Su mano, por permitir que sigan fluyendo en el aire las Palabras Sustanciales de José Ángel Valente. Las de las medulas que no dejarán su cuidado, de Quevedo. Las de Tomás de Aquino, ingenuo e inocente ante los bueyes que vuelan. Las que entran en la Luz de lo que dicen, de Armando Rojas Guardia. Las de Eliot, que había visto los ojos de los hombres huecos. Las de Goethe, pidiendo Luz, más Luz. Las que cuentan la clemencia, la santidad —casi conventual— de los perros, en Igor Barreto. Esas, con las que Arráiz Lucca nombra lo que es preferible antes que la vida sin honor. Las sabias y dulces y poderosas en la mirada azul de Elizabeth Schön. Las del Carro del Alma y su Auriga. Las de los poetas que, al decir de Rafael Cadenas, son sólo Templanza, obra limpia y, que a no ser por ellos, sólo habría grandes palabras.
Dejo en la Luz de esta mañana de sábado, mañana de Septiembre, agradecida, las almendras Bautismales sobre este libro y Su Hermosura.