Por Carmen Cristina Wolf
Con frecuencia acude a mi memoria la visión de Luz Machado, una mujer de figura armoniosa, vestida con distinción y sencillez, siempre a punto de marcharse, silenciosa. Y se hace presente la aseveración de la escritora española Rosa Navarro Durán: “El poeta puede identificarse o no con el yo poético…la ilusión del lector de que ambos son siempre uno ha llevado a muchas lecturas erróneas o al menos a dar una importancia excesiva a la biografía del poeta” (Cómo leer un poema, Ariel Practicum 1998). En la escritura de Luz Machado causa asombro encontrarse con una poesía osada, una voz femenina llena de fuerza, un tono propio que aborda temas podría decirse “prohibidos” para la sociedad venezolana de la década de los cuarenta y cincuenta.
Su poética es de una delicadísima riqueza y evoluciona constantemente tanto en las formas como en la temática. Desde muy joven aborda temas psicológicos y conflictos existenciales:
Este mirarme siempre el propio abismo
ha invertido el mirar y es sólo adentro
donde tiene mi esencia estas pupilas
que vigilan lo efímero y lo eterno.
Quién me dejó el Amor y su cadáver
a la orilla del ser?…
Vaso de Resplandor, 1946
La poeta venezolana obtuvo el Premio Municipal de Poesía en 1946, con su libro Vaso de Resplandor. Algunos de sus poemarios son: Ronda (1941), Variaciones en tono de amor (1943), La Espiga Amarga (1950), Canto al Orinoco ( 1953), La Casa por Dentro ( 1945), Sonetos Nobles y Sentimentales (1956), Cartas al Señor Tiempo (1959), Sonetos a la Sombra de Sor Juana de la Cruz (1962), La Ciudad Instantánea (1966), Palabra de Honor (1970), Retratos y Tormentos (1972), Soneterío (1970).
Mujer de amplia cultura y lectora incansable, puede descubrirse en alguno de sus versos la lejana influencia de la poetisa norteamericana Emily Dickinson:
Comparezco ante la tempestad
con un espejo de rosas en las manos
Para qué huir si el relámpago es cielo fugitivo
y en el trueno cabalga un arcángel herido? De la Espiga Amarga, 1950
Con una escritura que podría definirse de vanguardia para la época, también vuelve los ojos a la temática y a las formas de Rubén Darío:
La mar bajo mis pies salva azules panteras,
la espuma en mis rodillas salva serpientes de oro,
el aire contra el pecho salva fantasmas bellos
y sofoca doncellas y liras en la noche (Ibidem)
Es recurrente el tema de la casa “de piedra junto al mar”, la ciudad, el alma, el amor deseado y perdido, la reflexión lírica sobre la palabra, el poema y la muerte. “Hay que dejar en las ciudades algo / Para qué vamos hacia ellas si cuando nos marchamos / no sentimos en el pecho una pequeña piedra oscura, golpeándonos?” ¿Es acaso cierto que se vive una ciudad cuando no hemos derramado en su suelo nuestro llanto, cuando no hemos encontrado ni perdido un sueño, cuando no somos asiduos de una cafetería o de un bar determinados, ni conocemos los aromas de la grama del parque, o el olor picante que se siente desde la taberna hacia la calle? “Toda esa ciudad yo la conozco … Pero de “nada vale decirla si no duele / amor, palabra, estatua, mujer árbol, poema.”, escribe Machado.
En el libro La Espiga Amarga ella dedica una carta a la Poesía:
“Ay, Me duele la piel del cántico,
la frente de la piedra, la pestaña del musgo. (…)
llevo una luna ardiente clavada entre los senos
y una palabra antigua me crece como hierba olorosa en la boca …”
Qué claros pergaminos arden bajo mis sienes!
Su dominio de la escritura clásica se pone en evidencia en estos perfectos endecasílabos del poemario Canto al Orinoco (1953). Un pensamiento reflexivo y profundo se muestra en estos versos:
En el nombre de Dios declaro miedo.
Iniciando un poema, este poema,
en cuya letra viviré sin muerte
lo que con gracia está en mi entendimiento.
Declaro miedo y me persigo y tiemblo (…) De Canto al Orinoco
Sus poemas amorosos revelan la absoluta libertad de su escritura, excepcional en la sociedad de mediados de siglo:
Eras frente a la ciudad un hombre silencioso y total y magnífico
En cada uno de sus libros Luz Machado dedica algunos versos a la poesía o al poema. Ella funda su arte poética como si fuera el techo de la casa que habita, como si para ella la escritura fuese lo más importante, lo primordial. Así, ella dedica este poema que lleva por título La casa por dentro, a la poesía:
La casa necesita mis dos manos.
Yo debo sostener su cal como mis huesos,
su sal como mis gozos (…)
Deben dolerme las cortinas y sus gaviotas (…)
La unánime vigilia en la mesa,
la almohada y su igualdad de pájaros dispersos (…)
Debo quererla entera, salida de mis manos
con la gracia que vive de mi gracia muriendo.
Y no saber, no saber que hay un pueblo de trébol
con el mar a la puerta (…) La casa por dentro, 1963)
Esta es la casa edificada con su pluma, parecida tal vez a su hogar real, igual pero distinta, porque esta casa de palabras es “fábula en la noche”, es “ladrillo inocente acusado de no haber alcanzado los espejos”. Sorprende encontrar en una escritura del cincuenta, que corresponde a una mujer con una vida de costumbres recoletas desde el punto de vista de los cánones sociales, un dominio del lenguaje que trasluce un mundo de lecturas vastísimo. Se pueden observar pinceladas de surrealismo en ese “ladrillo acusado” de no alcanzar los espejos. Al mismo tiempo, esa gracia que vive de la “gracia muriendo”, evidencia la lectura de las poetisas místicas, Santa Teresa y Sor Juana Inés de la Cruz. De hecho, Machado publica en 1962, los Sonetos a la sombra de Sor Juana Inés de la Cruz, que son una verdadera belleza tanto en la forma como en el trato con el lenguaje.
Las cosas cotidianas fueron cantadas en los versos de Luz Machado: escobas, zapatos, cacharros, hornillas, platos, vasos y cubiertos y agujas de tejer:
En mis manos, como una astilla cósmica, una sola aguja
Realiza los milagros más simples, sin salir de casa.”
(De La casa por dentro, 1965)
No sin nostalgia debo concluir, porque se me quedan muchos poemas sin comentar, pero así es la página en las publicaciones: generosa y concisa. Dejo ante la ventana del lector este última confesión de Luz Machado:
Un gran dolor pule los huesos de la casa. /Sí. La casa entera sobre los hombros, / sobre la espalda, sobre la frente (…) / Es dolor de ser vivo, / de estar viva. / en la madrugada que recoge esta sed de cansancios” (…) (Ibidem). Alguien, alguna vez, puede identificarse con este sentir tuyo, alguna vez también nos sentimos dolorosa, terriblemente vivos. Más, al otro día “Se siente abierta ya una nueva página / y todo puede acontecer aún” (El libro de horas de Rilke, 1906)
Carmen Cristina Wolf
Del libro inédito LITERATURA Y VIDA
@literaturayvida