-Alberto Hernández-
1.-
Con la noche morimos en el sueño. Volvemos de ese laberinto griego que nos ata a las imágenes, a los cuerpos asidos a las pesadillas y desmayos profundos. Con esa muerte que nos disipa, regresamos al baño, a vernos el rostro en el espejo, donde un fantasma plano y cóncavo nos enseña los dientes. La higiene de la mañana reformula preguntas, luego de la descomposición del cuerpo, de la carne hecha tufo de maldades oníricas.
2.-
De nuevo la muerte despierta. Pero más que levantarse de la cama, descansa ella en el fondo de un ojo callejero. La luz del sol la envuelve y la asesina. Un resto de murciélago nos sale de la boca, mientras apuramos el café en alguna esquina de esta ciudad que despierta. Un largo hastío nos estira frente al semáforo, nos confía la cortedad de la vida y la sarna de un perro que orina pegado a una pared.
3.-
La luz es nuestra salvación. A veces nos perturba, nos hace ahuas desde adentro y nos consume: perplejos y agotados regresamos a la sala donde la música, el licor y la palabra amagan a la señora que vuelve para tomarnos el cansancio.
4.-
La noche fue hecha para resucitar de tanto día. Es como aceptar que dormimos para salir después de una sombra que nos rinde tributo. Nadie escapa del sueño porque la muerte es una forma de conquistarnos, de darnos confianza, de prepararnos el terreno. La sábana deja la marca del cuerpo, la ausencia que se transforma en fantasma. De esa animosidad salvamos el sudor, el baño frío para volver a la vida, a la seca instancia ade las formas.
5.-
Bajo el sol respiramos la sombra, la que se oculta dentro de todos. La que el poema hilvana lentamente, acomódase a los sonidos, a los gustos por el fondo de su intemperie. Bajo esta luz inclemente, sin voltear a mirar el desgaste de los otros, imaginamos el silencio de la próxima noche. Un espejismo nos asalta en la misma esquina donde el café fue la salvación.
6.-
Juan Rulfo sale del museo. Cruza a pie toda la capital. Se surte de figuras humanas. Salva los lagos desaparecidos, bebe de las aguas rocosas. Llega al desierto. Un lagarto verde y brillante lo conduce a la mirada única de un cóndor encendido.
Igual, relee el silencio como una hoja suelta. Calla mientras busca en la arena alguna respuesta. Desconocemos la pregunta, pero podemos especular sobre lo corto de su aliento. La dificultad de la respiración o las lagunas biliosas en sus ojos. Lo expresamos lejos en una fotografía, en la postal que nunca recibimos, mientras la noche nos acobardaba. Y el sol, el primer sol, pasaba sobre los cuerpos buscando las aguas y los ríos remotos. Con la noche morimos en el sueño. Quizás al levantarnos estamos sacrificando el tiempo, la hora de la llegada, la de la partida secreta.
& & & & & & &
Alberto Hernández: Poeta, ensayista y editor venezolano