Por Eduardo Casanova
Hace mucho tiempo, cuando oí a un seudoescritor venezolano decir que el éxito de Miguel Otero Silva se debía a que era dueño de El Nacional, mi reacción fue echar a reír. Era evidente que aquel personaje de cuarta categoría no había leído las novelas de Otero, y si había leído alguna, no la había entendido. Miguel Otero Silva fue un excelente escritor, un gran humorista, un buen poeta, un novelista de primera línea, un florentino nacido en Venezuela, que mereció y merece el respeto y el reconocimiento de los venezolanos y los hispanoparlantes en general. Y si algún efecto tuvo sobre su éxito el ser accionista, no dueño, de El Nacional, fue todo lo contrario de lo que decía aquel personaje: lo perjudicó, porque permitió que algunos dijeran lo que él dijo.
Las novelas de Otero Silva fueron en continuo avance, tanto en calidad como en el número de palabras que usó en cada título:Fiebre (1939), Casas muertas (1955), Oficina N° 1 (1955), La muerte de Honorio(1963), Cuando quiero llorar no lloro (1970), Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad (1979) y La piedra que era Cristo (1985), o: Fiebre (una palabra), Casas muertas (dos palabras), Oficina N° 1 (tres palabras), La muerte de Honorio (cuatro palabras), Cuando quiero llorar no lloro (cinco palabras), y hasta allí, porque Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad no tiene seis sino siete palabras y La piedra que era Cristo tiene cinco. Fiebre es una buena novela, pero se mantiene aún dentro de los límites de lo que era la novela venezolana entonces, sin superar a ninguna de las que se escribieron y se publicaron en su tiempo. Casas muertas es un paso adelante dentro de su propia novelística, pero aún le faltaba algo para merecer la posición que después tuvo en la novelística venezolana. Esa posición la alcanzó con Oficina N° 1 y La muerte de Honorio, una obra enteramente petrolera, que refleja con maestría la Venezuela de su momento, y otra que aborda el tema político con un estilo depurado y cada vez más a la altura de los mejores narradores de América Latina.
Y donde hasta supera a la mayoría de los novelistas latinoamericanos de su tiempo es en Cuando quiero llorar no lloro, una obra que quiso hacer paródica, muy a su estilo para burlarse de esa forma de novelar, pero le resultó una de las mejores y más logradas muestras, justamente, de esa forma de novelar. Su penúltima novela, Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad, ya lo coloca muy por encima de la mayoría de los novelistas hispanoamericanos de su momento. Tal como ocurrió con Arturo Uslar Pietri y ha ocurrido con varios novelistas venezolanos, la crítica venezolana fue injusta con esa obra, y, desde luego, ningún crítico extranjero tuvo en más mínimo interés en corregir la falencia de sus colegas venezolanos. Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad ha debido ganar el Premio Rómulo Gallegos que le fue otorgado a una novela de un mexicano (Palinuro de México, de Fernando del Paso, IV Edición del Premio, 1982). Quien haya leído las dos obras se da cuenta inmediatamente de que Otero Silva resultó perjudicado por ser venezolano, porque existía el prurito de que un venezolano no debía ganar el Premio.
Su última novela, La piedra que era Cristo, es un verdadero monumento, una obra maestra, un gran poema en prosa que demuestra un extraordinario dominio del lenguaje y de la técnica de hacer novelas. Desafortunadamente no hubo otra obra, porque el mismo año en que fue editada, su autor murió en Caracas el 28 de agosto. Había nacido en Barcelona de Venezuela, tierra de sus ancestros, en el estado Anzoátegui, el 23 de octubre de 1908. Su padre fue Enrique Otero Vizcarrondo, que hizo una gran fortuna en Barcelona gracias a la Electricidad y a una “Concesión” petrolera, y su madre fue Mercedes Silva Pérez. Luego de estudiar primaria en su ciudad natal, pasó al Liceo San José, de Los Teques, dirigido por el doctor José de Jesús Arocha (elTigre Arocha), una de cuyas hijas era la esposa del médico Daniel Otero Vizcarrondo, tío de Miguel. Allí estudiaba también Arturo Uslar Pietri, así como Espíritu Santos Mendoza, los hijos del general Gómez y varios jóvenes que con el tiempo llegaron a tener posiciones muy destacadas en el país. Luego pasó al Liceo Caracas (después Liceo Andrés Bello), dirigido entonces por Rómulo Gallegos, y allí fue compañero de liceo de Rómulo Betancourt, de su primo Raúl Leoni Otero, de Rafael Vegas, de Jóvito Villalba, Isaac J. Pardo. En 1924 se inscribió en la escuela de ingeniería de la Universidad Central de Venezuela, y pronto empezó a interesarse por actividades muy distintas a la construcción de caminos y cosas por el estilo.
Con el seudónimo de “Miotsi” empezaron a aparecer sus escritos humorísticos en Fantoches y en Caricaturas, pero también en Élite publicó un poema. Junto a Arturo Uslar Pietri, Antonio Arráiz y otros jóvenes participó en la iniciativa de la revista Válvula, relacionada con las corrientes de vanguardia intelectual de su momento. En el carnaval de 1928 estuvo entre los más entusiastas en las actividades desarrolladas por los estudiantes para manifestar su deseo de libertad y su repudio a la dictadura de Juan Vicente Gómez. Su humor y su simpatía lo hicieron notar en los momentos en que los jóvenes fueron arrestados y llevados a Puerto Cabello como prisioneros de la dictadura. En abril, cuando se combinaron algunos de los estudiantes con unos jóvenes oficiales del ejército, Otero Silva estuvo entre los primeros. Por fortuna logró escapar y salió al exilio. Con Gustavo Machado, Rafael Urbina, Rómulo Betancourt y otros muchachos, participó en la toma de Curazao para invadir el país por Falcón en junio de 1929.
En 1930 se afilió al Partido Comunista Internacional, del que se separó dieciséis años después, alegando que no estaba hecho para disciplinas partidistas. Al morir Gómez, como muchos exilados, regresó al país y se incorporó a la vida intelectual y política. Es el tiempo de sus Sinfonías tontas, que, muy a su estilo, firmó con el seudónimoMickey. También muy a su estilo, tanto fustigó al gobierno de López Contreras que fue expulsado del país por comunista.
En México publicó su primer poemario,Agua y cauce, viajó por los Estados Unidos, Colombia y Cuba. En 1940 regresó a Venezuela y publicó su primera novela, Fiebre. Y en 1941, además de fundar un periódico combativo (Aquí Está) emprendió una de sus más exitosas aventuras, al fundar, con “Kotepa” Delgado y Claudio Cedeño El Morrocoy azul, la más exitosas de las revistas humorísticas que ha tenido Venezuela. Además de los fundadores, publicaron textos muchísimos venezolanos ilustres, como Isaac J. Pardo, Aquiles Nazoa, Andrés Eloy Blanco, Antonio Arráiz. Fue, además, la semilla de El Nacional, que nació cuando su padre decidió comprar una buena imprenta para la revista, de lo que derivó, con toda naturalidad, la fundación de un diario que nació en 1943. en plena Guerra Mundial, un diario que transformaría el periodismo venezolano de manera impactante, y del que Otero Silva fue el primer Jefe de Redacción (Antonio Arráiz fue el primer Director). En 1946 se casó con María Teresa Castillo, una de las más destacadas y activas mujeres de su tiempo (ambos fueron los padres de Miguel Henrique y Mariana Otero. Poco antes había vuelto a las aulas universitarias y en 1949 se graduó de periodista. Atosigado por la dictadura y la falta de libertades, optó por apoyarse en su vena literaria y publicó Casas muertas, que le valió el Premio Nacional de Literatura 1955-56, así como el Premio Arístides Rojas. A fines de 1957 y comienzos de 1958 trabajó activamente en el derrocamiento de Pérez Jiménez: junto con Isaac J. Pardo y Elías Toro redactó el famoso “Manifiesto de las Intelectuales”, de cuya impresión y distribución se encargó personalmente. Fue hecho preso por la policía política, y liberado al caer la dictadura. Ese año publicó su Elegía Coral a Andrés Eloy Blanco y participó con entusiasmo en la nueva democracia, y apoyó la candidatura de Wolfgang Larrazábal en las elecciones que ganó Rómulo Betancourt (diciembre de 1958). Fue electo Senador y tuvo una notable carrera parlamentaria.
En más de una vez se convirtió en el “hombre Congreso”, pues su voto rompía los empates. Fue además el impulsor de la creación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba), que tiempo después se convirtió en el Conac. Aunque participó abiertamente en la política venezolana, nunca se dejó tentar por ella como forma de vida. Durante mucho tiempo mantuvo en Arezzo, no lejos de Roma, un palacete al que solía retirarse a descansar y escribir. Siempre fue un verdadero intelectual, capaz de grandes travesuras como la de publicar Las Celestiales, obra irreverente y divertidísima, con coplas recopiladas o escritas por Paco Vera (Francisco Vera Izquierdo) y sesudas explicaciones seudo eruditas escritas por Paco y Miguel con el seudónimo de Iñaqui de Errandonea (que después resultó que existía un cura que tenía ese mismo nombre). Cerca del final de su vida se divorció y se casó con Mercedes Baumeister. Desafortunadamente, un aneurisma de la aorta lo apartó prematuramente de esta vida el 28 de agosto de 1985. Además de novelista, humorista y poeta, fue un excelente periodista y ensayista. Su vida no sólo fue productiva, sino activa y digna de un verdadero renacentista.
Fuente: www.literanova.net
Eduardo Casanova, novelista venezolano. Poeta, biógrafo y ensayista. Miembro del Consejo Consultivo del Círculo de Escritores de Venezuela