Discurso de Orden en el acto de conferimiento del
Doctorado Honoris Causa de la Universidad Simón Bolívar a
Don Mario Vargas Llosa
Por Carlos Pacheco
Manizales 1971: Éramos unos quince. Estudiantes todos de Filosofía y Letras de la Universidad Javeriana. Veníamos al Festival Internacional de Teatro Universitario con nuestros morrales llenos de expectativas y fuimos acogidos en un albergue improvisado por la Universidad de Caldas. La primera noche quedamos impactados por la potencia dramática y el desparpajo de Tu país está feliz, un montaje tan idealista como contestatario del grupo venezolano Rajatabla. Pero nuestra razón mayor para venir al festival era su invitado de honor: el aún joven pero ya reconocido autor de La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral, ante cuyas páginas nos habíamos desvelado tantas noches. Al día siguiente daba una conferencia en la universidad y podríamos conocerlo.
Sartenejas 2008: Treinta y siete años más tarde tengo el privilegio y la exigente responsabilidad de presentarlo en este acto donde la muy querida universidad donde he desarrollado casi toda mi vida académica le rinde homenaje. No sólo es un acto de justicia sino también un gesto de pedagogía social: en uso de su legítima autonomía, esta corporación universitaria elige destacar en él un conjunto de virtudes y valores que estima oportuno –para este momento venezolano y global– resaltar como necesarios y deseables.
Un aporte llamativamente vasto, multigenérico y sostenido a la escritura literaria es naturalmente la razón más obvia. Y la precocidad de sus varias vocaciones es digna de mención: entre los 15 y 17 años, aún en bachillerato, publica su primer cuento, milita en una célula de extrema izquierda, comienza a trabajar como reportero en el diario La Crónica y escribe La huida del inca, su primera obra de teatro. Allí estaban en germen el narrador y el político, el periodista y el dramaturgo. El muy ulterior desarrollo de esta inclinación por el teatro nos ha regalado ya media docena de piezas, desde La señorita de Tacna hasta Al pié del Támesis, cuyo estreno presenció en Caracas hace pocos meses.
Manizales ´71: Llegamos temprano, pero ya el modesto auditorio estaba casi repleto. Como disciplinados pichones de investigadores de la literatura, habíamos devorado toda su obra. Pero estábamos inquietos y confundidos porque él, por su crítica a la dirigencia revolucionaria cubana en el famoso caso Padilla, ocupaba entonces el ojo de una polémica que nuestras discusiones replicaban en miniatura. “Ese engominado peruanito es un traidor”, nos gritaba el mono Múnera, mientras Luz Mary ponderaba su valentía para rectificar y enfrentarse a la censuradora ortodoxia revolucionaria. Poder escucharlo directamente nos mantenía en vilo, pues la conferencia no acababa de comenzar. De repente empezamos a oír un escándalo en la entrada principal.
Sartenejas 2008: Todos sabemos que su renombre universal se funda ante todo en su trayectoria novelística, pero sería insensato pretender siquiera una panorámica sucinta de la diversidad temática y procedimental y de la relevancia estética de las catorce novelas que se han sucedido desde La ciudad y los perros y La casa verde; ésas que lo catapultaron, aún bastante joven, como uno de los más influyentes y admirados autores del famoso boom, cuando por ellas recibió tan resonantes premios como el español Biblioteca Breve y el venezolano Rómulo Gallegos, respectivamente. Insensato y tal vez innecesario, pues este auditorio está repleto de lectores que han venido a conocerlo y a escucharlo –estoy seguro– porque han sido atrapados una y otra vez por esas novelas; con Zavalita, Pantaleón y doña Lucrecia han pasado ratos inolvidables y al cerrar la última página se han sentido huérfanos y exiliados de aquel mundo ficcional al con tanto gusto se habían mudado.
Por su reconocida capacidad de observación y su balzaciana retentiva, la experiencia vital del escritor ha sido fuente valiosísima para algunas de estas novelas, como La tía Julia y el escribidor o Travesuras de la niña mala. Los más diversos escenarios y conflictos de la sociedad peruana lo han sido también, por ser el novelista un muy informado estudioso y activo participante (no importa donde resida o a qué latitudes lo lleven sus viajes) de la realidad de su país, como puede apreciarse en Conversación en La Catedral o en Lituma en los Andes. Otras, como Elogio de la madrastra o Los cuadernos de don Rigoberto, observan –como por el agujero de una cerradura–, los goces y conflictos del amor y la pasión. Otras, finalmente, se atreven a abandonar los espacios y tiempos de la experiencia directa y levantan sus tramas ficcionales sobre realidades históricas a veces muy distantes, como La guerra del fin del mundo o La fiesta del chivo.
La impresionante cantidad de información histórica factual que sostiene estos relatos evidencia el trabajo de investigación que los precede. Los bibliotecarios del Instituto Iberoamericano de Berlín aún recordaban en 2000 las miles de páginas que unos años antes debían suministrar cada semana al investigador Vargas Llosa sobre todo lo relacionado con Rafael Leonidas Trujillo y su dictadura. El rigor y exhaustividad de esas indagaciones evidencia el talante apolíneo del escritor tanto como la planificación, consistencia de los personajes y nitidez estructural de sus novelas.
Manizales ´71: El alboroto iba creciendo. Una fuerte discusión y un forcejeo parecía enfrentar a los vigilantes con un grupo decido a entrar a la fuerza. En ese momento vimos a Marta Canfield ubicarse unas filas más atrás. Tan joven y diminuta como inteligente, uruguaya exiliada entonces por la dictadura y hoy prestigiosa catedrática en Florencia, Martha era nuestra profesora favorita. Su conocimiento de la literatura y de los debates literarios en la politizada Latinoamérica de entonces, hacían que no le perdiéramos palabra. Tocada con una gorrita escocesa, creímos ver en ella una versión femenina de Sherlock Holmes que nos saludaba. Justo entonces entró Vargas Llosa con sus acompañantes. A pesar del escándalo, la charla parecía a punto de comenzar.
Sartenejas 2008: Menos conocida es su obra como investigador literario, crítico, ensayista, profesor y conferencista, pero nuestro Vargas Llosa es también un académico de plena ley: Licenciado en Literatura por la Universidad de San Marcos y Doctor en Filosofía y Letras de la Complutense de Madrid, además de profesor invitado de las más distinguidas universidades del mundo y miembro de las Academias Peruana y Española de la Lengua. Por eso, no ha dejado de alternar su obra creativa con la de investigación y ha producido sustantivos estudios sobre Flaubert, Arguedas, Víctor Hugo, Rubén Darío y pronto Onetti, entre muchos otros. Estos estudios me han hecho descubrir en Vargas Llosa a un colega, pero uno dotado del formidable poder de comunicar sus hallazgos a un público amplio, con la claridad y amenidad proverbial de sus novelas. Entre las dos docenas de sus libros que se han ido apilando en mi mesa en estas semanas recientes, me ha conmovido en particular reencontrar el manoseado volumen de Historia de un deicidio, su tesis doctoral, profusamente subrayado y anotado por aquel estudiante javeriano que aspiraba a culminar algún día su propio doctorado y veía un modelo en aquel prodigio de francesa nitidez conceptual, donde además se expresaba por vez primera su poética narrativa del novelista creador de elocuentes mundos autónomos y de la resultante verdad de las mentiras.
Manizales ´71: Apenas iniciada la conferencia, una treintena de estudiantes trotskistas irrumpieron al salón para boicotearla. Gritaban, agitaban pancartas y vociferaban originalísimos improperios del tipo “lacayo del imperialismo yanqui”. El poeta y crítico Juan Gustavo Cobo Borda trataba inútilmente de imponer silencio, mientras el novelista, ya acostumbrado a estos rituales de la intolerancia, esperaba sereno el desarrollo de los acontecimientos. Martha Canfield nos miraba fijamente, ponderando nuestra frustración. Nos unimos a los que se atrevían a reclamar su derecho a escuchar al conferencista, pero sin resultados. De pronto, ella se movió y nos quedamos estupefactos.
Sartenejas, 2008: Esta memoria ficcional de la conferencia de Manizales me da pie para ir concluyendo. La variedad, consistencia y sostenida calidad de su obra literaria son sin duda en sí mismas razón poderosísima para este homenaje, especialmente en una universidad que se ha caracterizado desde su fundación por sostener el mérito y la excelencia profesional y académica como criterios superiores. Pero junto a la razón estética, está la razón ética: la responsabilidad y constancia encomiables con las que a lo largo de toda su trayectoria ha asumido Vargas Llosa su papel como influyente intelectual y encabezado una cruzada en pro de la pluralidad y el respeto a los derechos humanos, la tolerancia, y la libertad como valores superiores de la vida humana.
Una manifestación suprema de este compromiso fue naturalmente el sacrificar los apremios de su vocación literaria (como lo hiciera por cierto nuestro Rómulo Gallegos 40 años antes), para participar como candidato en la contienda presidencial peruana de 1990. Sin embargo, mayor alcance ha logrado sobre un público más amplio como multifacético periodista, a través de sus artículos y crónicas, publicados en los mejores diarios del mundo y luego recogidos en libros, verdadera piedra de toque de la opinión pública internacional, estratégicamente reforzada por frecuentes conferencias. Fundado en una rigurosa información documental y a menudo experiencial de primera mano, ha podido iluminar así con su aguzado análisis y certero criterio las más diversas polémicas y acontecimientos de la cultura, la política y la vida social contemporánea.
Manizales ´71: Ante nuestros ojos incrédulos, Martha avanzó hasta el estrado, tomó con toda calma el micrófono del podio y se subió a una silla para hacerse notar. Con una entereza, una serenidad y un vigor que parecían incompatibles con su diminuta humanidad, nuestra profesora les cantó a los vociferantes la cartilla del respeto a la libertad de pensamiento y de expresión. Les pidió que si no estaban de acuerdo con el conferencista, lo rebatieran luego con argumentos, si es que podían; y que mientras tanto, hicieran silencio y respetaran nuestro derecho de escucharlo. Un unánime, prolongado y sonoro aplauso del público refrendó sin apelaciones sus palabras y los gritones tuvieron que retirarse.
Sartenejas 2008: Una misma concepción filosófica y ética reúne la diversidad inmensa de este abanico de asuntos y formas discursivas en su obra periodística, ensayística, crítica, narrativa y dramática: el principio de la libertad; el respeto a la diferencia; la promoción de sociedades abiertas, democráticas y socialmente responsables; sin fundamentalismos ni autoritarismos de ningún signo que pretendan forzar un pensamiento único o censurar la creatividad. Ese mismo principio hace coincidir también la lección aprendida en Manizales hace 36 años, cuando finalmente logramos oír a Vargas Llosa, con la que se deriva de este doctorado honoris causa. Así lo comentamos años después con Martha Canfield, quien además de respetada profesora se volvió nuestra amiga para siempre: agredir a quien piensa diferente sólo descalifica al agresor; no es necesario coincidir en todo con el otro para respetarlo; sólo en el diálogo el abierto y en la aceptación gozosa de la diferencia es posible profundizar en las propias convicciones y construir así una sociedad donde valga la pena vivir.
Sartenejas, 8 de diciembre de 2008.
El escritor venezolano Carlos Pacheco es Miembro Activo del Círculo de escritores de Venezuela. Director de la Editorial Equinoccio, estudioso de la literatura, profesor universitario.