Por Armando Rojas Guardia
Como el mismo título del libro lo indica, el más inminente e inmediato símbolo que nos es accesible en este poemario de Ana Maria Del Re, editado por bid & co 2008, lo constituye la noche. Puede afirmarse que, sin duda, toda la cadena metafórica que engranan sus versos, y la misma rítmica respiración de éstos, están al servicio de ese símbolo primario y ancestral.
En primer término, la noche como el privilegiado escenario de la revelación del misterio. La noche como el espacio y el tiempo del hallazgo más íntimo y de los más hondos contactos con la realidad. La noche como el momento prístino de la autocomunicación del alma: «Cuando llega la noche / y se adormecen / todos los sonidos / la música que sientes / está en el alma»; «canta un pájaro / otro le responde / bastan dos voces / para llenar la noche».
No se trata, en la poesía de Ana Maria, de la noche del insomne, de la tiniebla desconcertante y desesperada; no se trata de la noche como experiencia infernal. Por el contrario, la noche de este poemario recuerda aquella otra «noche sosegada / en par de los levantes de la aurora» de la que san Juan de la Cruz nos dice: «Porque así como la noche en par de los levantes ni del todo es noche ni del todo es día, sino, como dicen, entre dos luces, así esta soledad y sosiego divinos […]». Al respecto, escuchemos a Ana: «dichosa madrugada / la que muy suavemente / me deslumbra»; «la noche junto a mí / y tanto sol / adentro», «descansa / alma mía / déjate seducir por el silencio / aún no ha cesado / la noche».
Pero hay otro aspecto del símbolo nocturno, tal como lo erige la poeta en este libro, que me gustaría destacar: es la noche como ascesis, como el momento de la maceración espiritual, del oscuro rigor que afina tanto al alma como a la palabra: «Ten paciencia / alma mía / aún te aguarda / un largo tiempo / de vigilias e intemperies / aún no te es dado escuchar / plenamente / el inmenso pálpito / del mar.» «La rosa blanca / está sola / en medio de la noche / no siente miedo / conoce su destino / ser rosa blanca / hasta que llegue el alba». Cabría recordar aquí a Rafael Cadenas: «Templa la noche el habla / que busca ajustarse / más allá de todo efecto». Sí, la noche le ha enseñado a Ana Maria a templar una dicción parca y económica, que huye de cualquier efectismo, de toda charlatanería exuberante, para habitar en la médula de lo esencial. La noche le ha enseñado a Ana Maria la delgadez de la contención.
Y es que hay un omnipresente y quedo misticismo en su poesía. Es mística esta poesía porque en ella palpita de manera tangible la aspiración a la plenitud «en nosotros -nos dice- / la plenitud / del relámpago». Mística porque apuesta por el despojamiento y la desnudez dentro de los cuales, y sólo dentro de los cuales, nos es accesible la experiencia inefable de un amor transfigurado: » La noche todavía / y tú tan lejos/ acaso te despierten / otros amaneceres / otras voces / aquí las aguas / se lo han llevado todo / menos tu nombre»; «Necesidad / de tenerte a mi lado / en la penumbra / de una habitación / intacta / uno en el otro / uno soñándose / en el otro / mientras sigue / la noche».
Para finalizar, quiero resaltar el hecho de que este poemario de Ana Maria del Re es un vibrante y sostenido canto al y del instante. Canto al instante porque celebra la dádiva que el tiempo a veces nos depara, ese obsequio cognoscitivo, anímico o sensorial con el que el transcurrir de los días nos colma en ocasiones. Hay un soterrado eco de aquella trémula solicitud de Fausto («instante, detente, eres tan hermoso…») en los versos de Ana María. Y canto del instante porque el poema, en este libro, brota como fruto de la aprehensión y la vivencia, profundas ambas, del momento al que se ha accedido. A la luz de lo vivido intensamente en el instante, el poema irrumpe como un relámpago de clarividencia: «acaso lo fugaz sea lo perpetuo».
Con un fraseo cuya musicalidad recuerda al laconismo elocuente de Ungaretti, la poesía de Ana Maria festeja de este modo las nocturnas íntimas nupcias de un cuerpo refinadamente espiritualizado con la plenitud del instante, interiorizada y compartida con nosotros en el texto.
Decidiste tú, Ana María, acurrucar tu cuerpo en la noche eterna..el amanecer de tu alma, poeta, voló ligero