Un pisito justo encima del bar

Por Atanasio Alegre

Eso pide en su canción un cantante andaluz para su chica que, aunque no es virgen, él la tiene en un altar. El piso equivale al apartamento nuestro. Y diré que el piso y el bar son las dos obsesiones del español de hoy y de una buena parte del europeo contemporáneo. El piso es una obsesión antes de tenerlo y, una vez metido en la hipoteca, la obsesión se transforma en pesadilla a fin de cada mes. El bar, que viene siendo la segunda morada parcial de una buena parte de los españoles, es un amago de desplazamiento hacia otra parte distinta del hogar, preludio a su vez de otro mayor, el turismo vacacional. A lo de la vivienda se la ha llamado la burbuja inmobiliaria, que venía siendo el primer motor de la economía española hasta que explotó; el segundo motor es el turismo, hoy de capa caída.

Escribo esta crónica teniendo a la vista uno de los conjuntos urbanísticos modernos más apacibles vistos hasta ahora en mi recorrido europeo. Tengo delante el nuevo Museo de la ciudad de León, una gozosa jerigonza de color enmarcado en formas cuadriláteras que hacen sospechar que el arquitecto anda en la idea de que el color no sólo sirve para realce de la arquitectura, sino que podría ser la arquitectura misma. Detrás, frente al conjunto de edificaciones de gran modernidad futurista —el edificio de la Junta de León, entre ellas— de camino por una avenida bordeada de árboles que parece que hubieran estado allí siempre se yergue el viejo edificio de San Marcos convertido hoy en uno de los hoteles emblemáticos de Europa y, antaño, en la cárcel donde Quevedo pasó tres años de su vida que acabaron con su salud. No me resisto a transcribir en sus palabras la miseria de su prisión. Digamos antes, que ella se debió al contenido de un memorial que pasó camuflado en una servilleta al Rey Felipe IV para advertirle de las malandanzas de su valido y primer ministro, el Conde Duque de Olivares: «Fui traído en el rigor del invierno sin capa y sin camisa, de sesenta y un años, a este Convento Real de San Marcos donde he estado durante este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo de tres heridas que con los fríos y la vecindad de un río que tengo por cabecera, se me han cancerado y por falta de cirujano, no sin piedad, me las han visto cauterizar con mis manos, tan pobre que de limosna me han abrigado y entretenido la vida. El horror de mis trabajos ha espantado a todos. Vivo en conversación con los difuntos y escucho con los ojos a los muertos.»

Vivir en conversación con los difuntos y escuchar con los ojos es tal vez uno de los recursos que le quedan al hombre de todos los tiempos cuando los gobernantes son víctimas del poder que un día soñaron conquistar, pero que, a la postre, fue el poder sin medida el que los conquistó a ellos.

El español de hoy que cobija su andar bajo los mismos cielos abiertos que lo hiciera el más grande prosista de la lengua castellana, pide hoy, en verso y en prosa, un piso y un lugar, tanto dentro como fuera de la ciudad donde desplazarse. La llamada burbuja inmobiliaria, empero, ha enturbiado el presente español, como comienza a enturbiar el del venezolano de a pie la llamada economía del sablazo, hija legítima de la exarcebación del poder por el que atraviesa la República.

Parodiando a Sartre, bien podría afirmarse que el mal gobernante es el ser a través del cual llega la nada a los países. El mal o la nada.

Y para que no queden dudas de qué va la cosa, la economía del sablazo es la antítesis de la del ahorro hecha sobre el esfuerzo, levantada, ladrillo a ladrillo, sobre el trabajo honrado y disciplinado.

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Atanasio Alegre, Psicólogo Clínico, Novelista, Investigador, Ensayista. Vicepresidente del Círculo de Escritores de Venezuela. Director de la Revista ConcienciActiva 21.

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