Solitario
Apenas había salido el sol. El hombre iba cabizbajo, caminando y hablando por la orilla de la playa. El olor de las algas marinas predominaba sobre el del mar y las gaviotas danzaban muy cerca de él. Sus pies descalzos dejaban sus huellas solas que la próxima ola se encargaría de borrar, y la próxima, y la próxima, huella tras huella, sólo eso se borraría de su corazón. Tenía cerca de sesenta, el pelo rayado de canas y la piel tostada por el sol.
La posición de su mano parecía tener tomada a la de alguien. De vez en cuando reía y volteaba hacia un lado, como si realmente ella lo estuviese escuchando y compartiera con él cualquiera de esas conversaciones tan peculiares que solían sostener.
Hoy caminaremos hasta las rocas —dijo él.
Sí, vamos, me encanta ver cómo el agua choca contra las piedras y luego se retira como si nada.
Si, es irrespetuosa, la golpea, la provoca, la reta, se va y luego vuelve con la misma fuerza a hacerlo de nuevo, sin temor alguno —dijo él. Así es. Y la piedra resiste estoicamente sus embates. Los resiste, pero el mar sabe que un día la vencerá y la hará polvo —dijo él.
Y…, ¿ella lo sabrá? ¿Sabrá que algún día el mar la destruirá?
Sí, debe saberlo —dijo él.
Entonces, ¿por qué lucha?
Es su naturaleza, mientras no se pulverice, tiene expectativas —dijo él.
¿Expectativas? Sí, expectativas —dijo él. Expectativas, ¿de qué? No sé, de seguir existiendo, me imagino —dijo él.
Es lo razonable. No olvides lo que has dicho —él sintió cómo ella chapoteaba los pies en el agua y la espuma se le desvanecía entre los dedos.
Qué hermoso amanecer.
Muy bello —dijo él. Las nubes huyeron. Quizá estén desayunando —dijo él, sonriendo. Es posible.
Y…, ¿qué estarán comiendo? —dijo él. A ver, a ver, ¿qué tal cereal de cactus con aire del desierto?
¡Hum, qué rico! —dijo él. Con bastante miel.
Si, con mucha miel —dijo él.
¿Y de tomar? ¿De tomar ?… No sé, pueden estar tomando jugo de sueños marinos —dijo él. Sin azúcar.
Sin azúcar, claro, para que no se pongan gordas y luego nos manden un diluvio de esos que nos quitan el sol por varios días —dijo él.
Entonces, sin azúcar. Hablas de las piedras como si pensaran —dijo él.
¿Quién dice que no? Bueno, obviamente no tienen cerebro para hacerlo —dijo él. Pero, tienen vida, ¿no? De alguna forma nacen, crecen, se desarrollan y mueren. El principio de la vida, ¿no es así? Sí —dijo él, pensativo.
Entonces, ¿ quién dice que en aquella maraña de átomos duros no se desarrollan algunas conexiones que hagan las veces de cerebro humano y den lugar a sensaciones como el amor, el miedo y tantas cosas más que nos afectan? No me imagino a una piedra llorando —dijo él. No como nosotros, claro, pero quizá tengan su propia forma de hacerlo, y nosotros, habitantes de este mundo, amos y señores de todo lo que nos rodea y también de lo que no entendemos, descartamos de plano cualquier otra forma de existencia, simplemente porque no concuerda con lo que llamamos lógica.
En conclusión, lo que quieres decir es que todo es posible —dijo él.
Eso creo. Ya estamos cerca de las rocas —dijo él. Sí, ya se escucha el ruido profundo de las piedras abatidas por el mar.
Suena doloroso, triste. Si los elementos o las cosas pudiesen sentir, ¿quien sufrirá más, el agua o la piedra? —dijo él
Ahora que lo preguntas, no sé. Me imagino que la piedra, que es la que recibe la embestida de las olas.
Parece lógico —dijo él. Pero, ¿y si lo vemos de otra forma, una más alegre, más positiva? Podemos hacerlo, podemos elegir cómo ver las cosas, ¿no crees? ¿Cuál? —dijo él. Qué pasaría si esa es la manera en que el mar demuestra su afecto hacia la roca y ese constante golpetear es su forma de abrazarla y de decirle que la ama.
Puede ser —dijo él. Y que además la roca recibe ese impacto no como algo que duele y que eventualmente la destruirá, sino como ese gesto de amor que sí, que terminará pulverizándola, pero con la intención de que un día la llevará a fundirse en una sola con su amada. Sí, prefiero pensar eso —dijo él.
Qué maravilla, viéndolo así ya no se sufre por la roca.
¿Y por el mar? —dijo él. Tampoco por el mar.
Mejor —dijo él. Sí, Mucho mejor, ya no hay dolor. Ya no hay lucha.
No, tampoco lucha —dijo él. Sólo una manera de amarse. Así es —dijo él. ¿Qué cambió, el mar o la roca? Sabes que ninguno de ellos —dijo él. ¿Qué, entonces? Quiero oírlo.
Nosotros cambiamos. Simplemente, ahora lo vemos diferente —dijo él. Sí…, de eso depende todo. Así parece, aunque no es tarea fácil —dijo él.
Pudimos habernos retirado antes de nuestra vida ajetreada en la ciudad, de los compromisos, del humo, de las cornetas y de tantas cosas que sin darnos cuenta nos agobiaban, nos desgastaban y nos impedían vivir de verdad y disfrutar de este sol, de esta brisa, de este mar, desde mucho antes. Qué tarde lo descubrimos.
Es cierto, apenas un año duró lo que pensábamos sería el resto de nuestras vidas. Muy poco. Fue el mejor de todos los que pasamos juntos. Pero, ¡oh Dios, fue tan corto! Lo lamento tanto. Lamento no haber apreciado lo valioso de aquellos momentos, que por alguna estupidez humana pensé que serían eternos y que no merecían la importancia de lo escaso, de lo que no abunda. En aquellos días que te tenía a ti, que lo tenía todo, no pensé… no pensé… te extraño tanto —dijo él.
También yo… Sentémonos un rato.
El sonido es imponente, se siente en el pecho. El mar se mete con fuerza debajo del peñasco y lo hace gritar de dolor —dijo él.
Quedamos en verlo como de alegría. Sí, lo siento, de alegría. Ya no sé, de verdad quisiera pensar eso, quisiera pensar que las piedras sienten, que el mar ama, que todo lo que duele uno puede cambiarlo sólo modificando el punto de vista…
Se está tan bien aquí… No quisiera hablar de ello, pero dime, dime por qué… —dijo él. No lo sé, yo también quisiera saberlo.
Todo fue tan rápido, tan fugaz… —dijo él. Sí, teníamos tantas conchas que lanzar al mar, tantas gaviotas que ver danzando sobre nuestras cabezas, tanta arena por pisar con nuestros pies descalzos, tanta agua fría que sentir, tanto sol naranja que ver… Pero l a gente enferma y muere… De eso se trata la vida. Pero… —dijo él. Pero…, no hay nada que hacer, lamentablemente. Debes aceptarlo, yo no podía ser la excepción de los mortales, aunque de verdad lo intenté; como esa piedra se resiste al mar, así lo intenté. No puedo aceptarlo, es algo más fuerte que yo —dijo él.
Tienes que hacerlo. A ti te toca vivir los años que yo no pude, no los desperdicies. ¿Cuál?
¿Bajo qué punto de vista se puede borrar este dolor? —dijo él.
Piensa en que todo esto es un experimento del cual somos parte. Piensa que el tiempo pasa muy rápido y que muy pronto nos encontraremos en otro sitio. Piensa que como la piedra y el mar en algún momento nos fundiremos en uno sólo y para siempre. Quiero que me lo prometas, quiero que dejes de hacer estas caminatas día a día y soñar que hablas conmigo, que todavía existo y que nada ha cambiado.
Pero … —dijo él, con sus ojos flotando en el agua que veía. Promételo. … Al día siguiente, al salir el sol.
Hoy caminaremos hasta las rocas… —dijo él. Sí, vamos…