Una decisión inteligente

Por Simón Alberto Consalvi

Domingo, 26 de abril de 2009
El Nacional

Los periódicos de la ciudad han informado que el busto de Rómulo Gallegos colocado en los exteriores del Palacio de Miraflores fue removido, enviado al desván, y en su lugar colocado el del general Cipriano Castro. Me parece una decisión inteligente y, ruego que la palabra no suscite extrañezas. Quizás no sea un agravio al novelista, quizás sea una consideración especial. Créalo o no.

Gallegos, fundido en bronce, era un símbolo ajeno al paisaje palaciego de los tiempos que corren. Los símbolos son cuestión de épocas, de creencias y de principios. Son símbolos también de respeto, de coincidencias profundas, de ejemplo. Como tal, Rómulo Gallegos no solo era ajeno al paisaje, sino adverso, incómodo, indeseable. ¿Qué hacía allí el novelista, solitario, mal visto, incompatible, considerado como un intruso? Enhorabuena. El bronce de su retrato probablemente haya sido fundido para otros destinos, como hacer balas, por ejemplo.

Gallegos es el símbolo venezolano de la civilidad. Por consiguiente, su lugar no estaba en el Palacio de Miraflores.

Gallegos es el símbolo venezolano de la inteligencia. Por consiguiente, su lugar no estaba en el Palacio de Miraflores.

Gallegos es el símbolo venezolano de la tolerancia. Por consiguiente, su lugar no estaba en el Palacio de Miraflores.

Gallegos es el símbolo venezolano de la creación. Por consiguiente, su lugar no estaba en el Palacio de Miraflores.

Gallegos es el símbolo venezolano de la concordia. Por consiguiente, su lugar no estaba en el Palacio de Miraflores.

Desde el lugar donde esté, no en el bronce simbólico sino en el espíritu, el escritor no debe alarmarse con las jugadas de Ño Pernalete. En el hato de El miedo conspiran Pernalete y Melquiades Gamarra, los Mondragones y Balbino Paiva. Estos personajes eran otra clase de símbolos, no los de la emulación y del ejemplo, como el modestísimo busto de bronce de Miraflores, sino sus antípodas. Los símbolos negativos. El escritor lo definió en su conferencia «La pura mujer sobre la tierra», dictada en la ciudad de La Habana, en 1949, antes de que el golpe de Estado de «un sargento llamado Batista» lo lanzara a otro exilio. Dijo:

«¿Símbolo? Sí. De cuanto entonces era predominio de barbarie y de violencia de mi país. La codicia y la crueldad campando por sus fueros; el espaldero siniestro, y no uno sino todo un ejército que otra función no tenía; los Mondragones… que hacían ceder los principios ante el empuje de apetitos arbitrarios y ponía las limitaciones de las leyes donde lo quisieran las ganas del poderoso; el Balbino bribón, el Míster Danger aprovechador; el Pernalete autoritario y bruto y el infeliz Mujiquita, encargado de prestarle intelectualidad a todas las apetencias del Jefe: Sí, mi general. Sí, mi general».

Doña Bárbara fue editada en España en 1929. El ensayista Mariano Picón- Salas escribió: «Es el libro en que mejor cabe, hecho símbolo, la tragedia que vivía Venezuela. Doña Bárbara es el instinto puro y devorador que consume toda construcción, todo orden de la inteligencia y de la cultura. Ella se yergue ardorosa y terrible en su voluntad de barbarie». Al cabo de 80 años, Pernalete y Melquiades Gamarra, los Mondragones y Balbino Paiva confabulan contra el novelista, y Mujiquita vuelve a prestar «su intelectualidad».

No cabe duda, ¿qué mejor celebración de los 80 años de Doña Bárbara que ésta de enviar su busto palaciego al desván o fundido su bronce para otros apremios? Bien estará allá don Cipriano que también es un símbolo, el que representa de manera fiel a quienes así lo exaltan. En su espejo se miran, y en sus arrebatos se inspiran. Poco después del derrocamiento de Castro por su compadre Gómez, el joven Rómulo Gallegos escribió en la revista La Alborada, en marzo de 1909, lo siguiente en un artículo llamado «Los poderes». Leamos:

«La experiencia nos acaba de enseñar otra vez, cómo fue de fatales consecuencias para el país, aquella atribución omnímoda que se arrogó el ex presidente Castro, de legislador y juez supremo, creando leyes que a él solo le favorecieran, administrando justicia según su propia conveniencia. Y Castros habrá mientras el presidente de la República no vea en torno suyo más que hombres dispuestos a todas las transacciones… (…) y, -es necesario decirlo-, bondad será de quien ejerza el Ejecutivo reconocer en los otros una soberanía que hasta ahora no han tenido».

La revista La Alborada fue clausurada poco después por órdenes tal vez no de Gómez sino de los Mujiquitas que ya le prestaban «su intelectualidad», y vislumbraban en los escritores veinteañeros una amenaza para la dictadura naciente. Un siglo después, Rómulo Gallegos vuelve a ser prohibido. Saludemos la decisión inteligente, sagaz, precavida, de expulsarlo del palacio de Miraflores. Era el más incómodo de los testigos.

«Y Castros habrá…»

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