La nostalgia oprimida de la luz… Antonia Pozzi (1912-1938)

Antonia Pozzi poeta italianaPor Edgar Vidaurre

La colina es oscura en el cielo claro.
Allí se enmarca tu cabeza, que mueves apenas
y acompaña ese cielo. Eres como una nube
vislumbrada entre ramas. En los ojos te ríe
la extrañeza de un cielo que no es tuyo.

La colina de tierra y de hojas encierra
con su masa negra tu vivo mirar;
tu boca tiene el pliegue de una dulce hondonada
entre costas lejanas. Pareces jugar
bajo la gran colina y el claror del cielo:
para agradarme repites el paisaje antiguo
y lo vuelves más puro

Pero vives en otra parte.
Tu tierna sangre se hizo en otra parte.
Las palabras que dices no se avienen
con la áspera tristeza de este cielo.
No eres más que una nube dulcísima, blanca,
enredada una noche entre ramas antiguas.

Cesare Pavese.

La lengua italiana, tal vez la última de las lenguas románticas en constituirse (siglo XIII), ha estado sometida al intenso ciclo de cambio y revolución sensible, místico e intelectual que ha caracterizado a los hombres y mujeres de esa parte del mediterráneo. Más allá del culto y clásico Latín y mucho después de la trova Provenzal irrumpe esta lengua, cuya primera manifestación literaria y poética es casi sin duda aquellas Fioretti de San Francisco de Asís, y los cantos amorosos de los santos juglares de Dios. Poco después de la revolución mística de Francisco, y a través de esta lengua recién nacida, surge uno de los paradigmas humanos en su máxima expresión de potencia creadora: Dante Aligheri con su magnífico viaje de purificación redentora hacia la contemplación inefable de Dios. Nuevamente la revolución humana que constituyó el Renacimiento, tiene su máxima expresión poético-literaria en El Cancionero del Petrarca y buena parte de los artistas Florentinos incluyendo a Miguel Angel quien compuso sonetos de la belleza extraordinaria. Ya en el Cinquecento, empiezan a surgir mujeres con una voz poética inspirada y apasionada como Vittoria Colonna, Gaspara Stampa, Tullia D´Aragón y Verónica Gambara. Aún bajo la influencia de Petrarca, la literatura italiana sigue provocando movimientos novedosos como el Marinismo que se mantuvo vigente en el barroco y neoclasicismo hasta la llegada del romanticismo y Giacomo Leopardi quien con sus Canti, no sólo se convirtió en la voz más pura del romanticismo italiano, sino del romanticismo universal a través de una voz poética que nos impone una profunda y desesperada visión del mundo determinado por la soledad, el dolor, y la muerte.

Como siempre, ha sido el impulso renovador y purificador del alma italiana, lo que dará la pauta a las manifestaciones literarias. El gran movimiento que se denominó II Resorgimento guiará a los pensadores y poetas italianos, hacia el Novecento, que verá nacer a Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo, y a Cesare Pavese. Es aquí, en este punto del transcurrir literario de la península donde hace su aparición la voz poética, encarnada en la muchacha que fue Antonia Pozzi. Nacida en Milán en 1912, a los veinticinco años había sido tal vez la única mujer de su generación en culminar estudios superiores y postgrado en letras en la universidad de Milán, siendo por lo demás, la alumna más destacada. Mujer de una belleza física y espiritual extraordinaria, a los veintiséis años ha escrito la totalidad de su obra poética (el poemario Palabras -Parole- Pozzi, Milán 1938) bajo la premisa de una ética-poética de vida que no le permitió concesiones ni amparos a su incesante e intensa visión de la existencia, como un tránsito apasionado, amoroso, pero determinado por la profunda soledad y el desarraigo, en un mundo no menos amado que ajeno, desde donde vislumbra la otra orilla infinita. Así, esta mujer que nos ofrendó su canto y su amor, nos ofrenda también su vida el 3 de Diciembre de 1938, envuelta en los crepúsculos de la campiña lombarda.

FUNERAL SIN TRISTEZA

Esto no es estar muertos.
Esto es volver al pueblo, a la cama.
Claro está el día
como la sonrisa de una madre que había esperado
Campos de escarcha
árboles de plata
crisantemos rubios
las niñas vestidas de blanco con velos color de aljófar
voz del color del agua aún viva entre de tierra.
Las llamas de las velas desmayadas en la luz matutina
dicen lo que es este desvanecer de las cosas terrenas.
Dulces, este volver de los humanos por puentes aéreos de cielo
por cándidas crestas de montes soñados
a la otra orilla
a los prados del sol.

Ese desarraigo del mundo, esa soledad impuesta por un espíritu de potencia sensible desbordante, no podía permitirse el amparo ni el consuelo de nada que no fuera el propio latido esencial de su interior. Es verdad que ella ama profundamente las colinas leopardianas, que su mirada retorna hacia el mundo de Virgilio, de Cátulo, que su alma es hermana de la de Safo, que sobre sus dulces hombros pesan todas las circunstancias históricas y sociales que su entorno le impone. Pero esa mujer ha decidido que el camino a seguir no acepta descanso ni apoyo. Ella se aparta de todos los movimientos de vanguardia en cierne. Más allá del surrealismo recién proclamado, del hermetismo cuyas determinaciones estéticas serán superadas más tarde por sus contemporáneos, en especial por Cesare Pavese (1908-1950), está vibrando, está existiendo esta mujer que se interroga así misma por esa existencia que le empuja inexorablemente a la soledad.

SOLEDAD

Aunque el olor de las hojas nuevas te despierte a un deseo de humanos sol
y el ocaso aún no transfigurado en noche
te empuja por caminos de tierra,
lejanos los umbrales apagados del cielo,
inútilmente buscas a quien pueda en esta hora
llegar a través de tu deseo junto a tu corazón.
Verdad es que nadie llega a tu corazón inaccesible.
El está hecho solo.
Réprobo a los gritos de sus golondrinas.

VOZ

Tenía voz en ti el universo de las cosas mudas
las esperanza que está sin alas en los nidos
que está bajo tierra no florecida.
Tenía voz en ti el misterio de la tarde
lo que junto a una muerte quiere tornarse vida.
El hilo de hierba bajo hojas podridas.
La risa primera de un niño salvado
al lado de una agonía
en un corredor de hospital.
Ahora, cuando de las altas ramas de los campanarios
cae un repique
y en el corazón se hunde
como un fruto en el campo arado
entonces,
tiene voz tú en mí
con esa nota amplia y sola
que dice los sueños sepultados del mundo
y la oprimida nostalgia de la luz.

Oprimida nostalgia de la luz. Como una flor amanecida en los sueños sepultados del mundo, esta mujer clama desde una isla de luz donde la muerte quiere tornarse en vida, con una voz y un canto sereno, abarcante, como el de una campana. Canto que nos hunde de nuevo en la tierra como los frutos. Ella ha decidido desprenderse del mundo. Ella ha entrado en el camino del morir. Pero no por que odie a ese mundo; muy por el contrario, ella ha amado demasiado. Aún desde su interrogada existencia, ella ha amado a todas las cosas de este mundo y sobre todo, a las cosas mudas, a la hierba que se levanta sobre las hojas podridas, a la risa de un niño resucitado, con un deseo, una esperanza ya sin alas, hundida en la tierra, lejos de la flor decidida a dejar constancia de ese amor que se irá también inexorablemente como ese mismo niño perdido entre sus manos. Un alma que ya no acepta la existencia en este mundo. Un cuerpo que tampoco se la otorga más allá de ella misma, porque Dios ya no nos mira, porque no pudimos ser liberados en él.

HUBIERA SIDO

Anuncio hubiera sido de lo que no fuimos.
De lo que no fuimos y ya no somos más.
La poesía amada por nosotros y nunca del corazón separada
Tú la habrías cantado con tus gritos de niño.
La única espiga eras tú
el tallo de nuestra inocencia bajo el sol..
Mas te quedaste allá con los muertos
con aquellos que no nacieron
con las aguas sepultadas
apagado amanecer a la lumbre de las últimas estrellas.
No ocupa ahora tierra sino sólo corazón
tu invisible ataúd
alma
y tú has entrado en el camino del morir.

MATERNIDAD

Pensaba tenerlo en mí antes que naciera
mirando el cielo, la hierba, los vuelos de las cosas livianas,
el sol, para que todo el sol bajara en él.
Pensaba tenerlo en mí tratando de ser buena,
buena para que toda la bondad vuelta sonrisa creciera en él.
Pensaba tenerlo en mí hablando a menudo con Dios
para que Dios lo mirara y nosotros fuéramos libertados en él.

La muerte, la vida, la muerte: el amor, una sola estancia, único lugar para esta mujer en flor, para esta mujer-flor, para esta muchacha enamorada. Nunca hubo un antes, no existe después, sólo el instante, breve y apasionado, apasionado al extremo de abrirse en una sonrisa de pudor, sonrisa santa, que dice las grandes entregas. Ella, como una gran amante, lo sabe. Ella se fragmenta, esparce su aroma como si fuera su hijo, que le sobrevive y se queda con nosotros para iluminar la tierra.

PUDOR

Si alguna de mis palabras
te deleita
y tú me lo dices
aunque sea sólo con tus ojos
Yo me abro
en una sonrisa santa
mas tiemblo
como una madre pequeña, joven
que empieza a sonrojarse
si un pasante le dice
que su hijo es bello.

REFLEJOS

Palabras – vidrio
que infielmente
reflejas mi sueño –
en vosotras pienso después del ocaso
en una oscura calle
cuando sobre los cuencos cae una lluvia de vidrios
fragmentados a lo largo
esparcida en la tierra iluminada.

Breve instante, como una mirada, como la lluvia, como los sueños tal vez, nacidos en el reflejo de un cielo que no es, ni será suyo. Breve instante apasionado del que sólo queda el llanto y una áspera nostalgia de enamorada.

AMOR DE LONTANANZA

Recuerdo en la casa de mi madre
en medio de la llanura
una ventana que se abría
a los prados; al fondo, la orilla boscosa
escondía al río Ticino, aún más al fondo
Había una líneas sombría de colinas.
Yo había visto el mar
tan solo una vez, mas le guardaba
una áspera nostalgia de enamorada.
Hacia la tarde fijaba el horizonte
entornando un poco los ojos, acariciando
contornos y colores en las pestañas
y la línea de colinas se suavizaba
trémula, azulada: a mí me parecía el mar
y me gustaba más que el mar verdadero.

LA VIDA SOÑADA

Quien habla conmigo
no sabe que yo he vivido otra vida
como aquel que te dice un cuento o una parábola santa.
Porque tú eras la pureza mía,
tú cuyas lágrimas dulces corrían en la profundidad de los ojos
si mirabas hacia arriba y así te parecía más hermosa.
Oh velo tú de mi juventud
mi vestidura clara, verdad desvanecida
Oh mundo luminoso de toda una vida que fue sueño tal vez.
Por haberte soñado mi vida querida
bendigo los días que me quedan
que sirven para llorarte.

Desde su interrogada existencia, ella nos dice que nuestro destino es la imposible pureza, la soledad del desierto, la soledad infinita del desierto, nosotros tan fugaces como aquella Retama o flor del desierto que nos diera Leopardi. Pero esa mujer, como flor del desierto, sigue sin hacerse concesiones, sigue amando, pero sin concesiones. Tal vez y únicamente la de la oración, la de la plegaria, pero aún así, sin ritual: una plegaria despojada.

PLEGARIA A LA POESIA

Oh tú bien me pesas
el alma Poesía:
Tú sabes si fallo y me pierdo
Tú que entonces te me niegas
y callas.
Poesía, contigo me confieso,
pues eres mi voz más profunda.
Camine por un prado de oro que era mi corazón
roto la grama, pisoteado la tierra
esa tierra donde me diste el m{as suave de tus cantos
donde al amanecer por primera vez
vi volar una alondra en el sereno
y con los ojos traté de subir.
Poesía, poesía que eres mi remordimiento más profundo
ayúdame tú para que vuelvas ha encontrar
mi alta comarca abandonada.
Poesía que sólo te entregas
a quien con ojos de llantos te busca
hazme digna de ti nuevamente.
Poesía que me miras.

Ah! volver. Volver aunque sea sólo un instante, para dejar constancia de ese amor, soñado amor que sale de las sombras para volver. Fugaz pero intensa evidencia de la existencia, transfigurada en un inmenso cielo de verano al amanecer, breve y profundo como el trino de una alondra que mide la dorada y abarcante eternidad.

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