La poesía de Carmen Cristina Wolf

Éxtasis de Santa Teresa, de Lorenzo Bernini

Éxtasis de Santa Teresa, de Lorenzo Bernini
Santa María de la Victoria. Roma

Por Alejo Urdaneta

Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, que me llagaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía que las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.
Teresa de Ávila

Dijo Jorge Luís Borges que el hecho capital de la vida de Alonso Quijano fue la lectura de los libros que lo llevaron a escribir Don Quijote. Para una mujer sensible y con espíritu poético, la cercanía del mar o el reflejo del atardecer han podido ser el motivo que la condujo a la poesía. Detrás de cada uno de los libros de Carmen Cristina Wolf hallamos una sombra tutelar que hace de guía de su inquietud y su deseo, piedras preciosas en una mujer. Si entramos en su mundo poético podemos ir tras las huellas que ella ha seguido para convencerse de que efectivamente es poeta.

Me he atrevido a poner como epígrafe de este breve ensayo, una oración de Teresa de Avila, con título noble de Teresa de Ahumada. Y he tomado este atrevimiento porque encuentro en mucho de lo que nos ha brindado en poesía nuestra Carmen Cristina, emociones místicas y también estrictamente humanas que se conjugan como un cosmos en su obra. Con naturalidad propia de un creador, la poetisa urde las fuerzas del misticismo con el imperioso llamado del amor, y en estos casos su verbo es sensual y decidido, pero sin abandonar la inclinación al encuentro directo con Dios, su Dios.
Nos exclama:

«Sea yo tu sierva
En las noches,
Sea tu esclava y dueña
Yo, la reina,
Ejerzo mi grandeza
Mientras tú me transformas
En amante y amada»
(Canto al hombre, 12)
Vira luego su intención y recuerda:

«Porque nos hemos amado tanto
Porque nos amaremos tanto
en nuestro último amanecer,
Señor, Tú nos dirás:
‘Hoy estarás conmigo en el Paraíso’

(Canto al hombre, 44)

No hay oposición entre esos dos modos de expresar la vida. Ambos son la muestra del misticismo, que nos coloca en relación directa con lo divino, y la sagrada sensualidad, para formar la esencia humana y divina que alberga en el ser del hombre.

También en su obra: Poemas de las manos, Carmen Cristina Wolf enlaza sabiamente esas fuerzas que luchan por dominar nuestro espíritu. Ella coloca una estrofa de su amada Emily Dickinson como pórtico, para decirnos de la luz del sol que nos despierta del sueño, y colgar la aparición como un cuadro pintado por Dios, que disipará la penumbra de la estancia. Después, Carmen Cristina va tejiendo vida con sus manos, como lo dijo también Rabindranath Tagore:

«Tu dádiva infinita sólo puedo tomarla con estas pobres manos. Y pasan los siglos y tú sigues derramando, y siempre hay en ellas sitio para llenar». (Gitanjali, 1913)

Y en un instante las manos son en Carmen Cristina la reflexión que es dolor y alegría. Ella modela manos que oran y manos que lloran, o interrogan o renuncian, y expresan siempre la gama del sufrimiento y la inquietud humana, lo mismo que la alegría y el hallazgo del amor:

«Quisiera descansar en mis manos ahora
Inclinar la mente en su sosiego cóncavo
(…)
Arrastran la fatiga
De la sangre y los huesos
La dulce muerte del reposo
Textura, impactos, roces
Abrazo imperceptible de las formas»

He aquí la sagrada sensualidad que llama a acariciar con manos amantes, manos viajeras en los pasos del tiempo; y yo añadiría: manos viajeras en los cuerpos amados. Aprisionas en un poema la escultura del cuerpo, como si fuese un violoncello que suena en tus sentidos y contienes en un abrazo. El viaje musical lo repite la palabra en la fusión de música y amor. ¿Cómo ocultar ese deseo explícito de ceñir con el tuyo el espacio del cuerpo deseado, con palabras que también pulsan las cuerdas, cómo no buscar el abrazo del ser amado?

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No es una temeridad decir que, al igual que en Emily Dickinson, hay en la escritura de Carmen Cristina Wolf la biografía de una escritura, y por esa razón su poesía exige pureza para comprender que cada suceso, cada sentimiento de la poetisa es una rescritura:

«Seduje a aquél a quien le conté mi vida por capítulos. Aún no he concluido el relato» (En ‘La llama incesante’)

En la poesía de Carmen Cristina Wolf se da la exaltación casi mística de las cosas que nos rodean. Cité una vez, como ejemplo comparativo, la obra plástica de Rembrandt, y expresé que en sus cuadros un humilde lienzo blanco o gris, o un utensilio de menaje adquieren una atmósfera lumínica y radiante, distinta a lo que otros pintores vierten en sus obras, porque sólo iluminan de esa luz las cabezas de los santos, a las que rodean de arcos resplandecientes. En la poesía de Carmen Cristina también escuchamos el llamado a santificar esas pequeñas cosas. Cada una es como la llama de una vela que da vida a lo que nos rodea y atribuye importancia a lo que pareciera ser simple y vulgar. Esa intuición es la misma que preside la obra de María Zambrano, otra de sus guías espirituales, para que descubramos el tesoro interior de esas cosas del mundo, para que desnuden su belleza y su necesidad.

El hermoso poemario de Carmen Cristina Wolf: Escribe un poema para mí, tiene rasgos que denotan la aproximación temática y espiritual de nuestra poetisa con la artista norteamericana. Hallamos aquí el aparecer de la naturaleza muy unido a la expresión amorosa:

«Con el atavío del amanecer
Humedecidas de mar y de tiempo
Tus manos siempre encuentran
El camino hacia mí.
Mi camino es el verso»

Y también:

«Amado
No tendré sed
mientras tu vino
esté servido en mi mesa»

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¿Hay, visiblemente, una división temática en la poesía de Carmen Cristina Wolf? No puedo decirlo, pero si hallo un centro que une motivos y los expresa también con formas propias. El amor, la naturaleza, la congoja, la muerte. En fin, los motivos que justifican la existencia del ser humano.

En poesía, el tema no es lo más importante; incluso hay poesía cuyo tema no se manifiesta. Factor más determinante en la poesía es la forma. El poeta Octavio Paz lo expreso con claridad: Las verdaderas ideas de un poema no son las que se le ocurren al poeta antes de escribir el poema sino las que después, con o sin su voluntad, se desprenden naturalmente de la obra. El fondo brota de la forma y no a la inversa. O mejor dicho: cada forma secreta su idea, su visión del mundo. La forma significa; y más: en arte sólo las formas poseen significación. La significación no es aquello que quiere decir el poeta sino lo que efectivamente dice el poema. Una cosa es lo que creemos decir y otra lo que realmente decimos».

Nietzsche definió al hombre como animal metafórico, para hablar del impulso que lo lleva a expresarse con metáforas. Si no recurriéramos a la metáfora no tendríamos recursos para ahondar en el seno íntimo del hombre, su morada más oculta, y haríamos una abstracción del hombre mismo. Todo lenguaje es metafórico y con ella el ser humano interpreta al mundo. El poeta va más allá al conferirle a la analogía un sentido espiritual, fuera de lo sensible, y sin embargo utiliza la razón inteligible como forma de conocimiento y dominio de la realidad, pero dando entrada a lo irracional e instintivo. El poeta rompe así el principio de identidad y acepta el ingreso de la intuición. En el lenguaje poético, la identidad entre los objetos y la palabra no es la del habla cotidiana: el poema busca una participación entre los seres, mediante una especie de elipsis que propone la irrupción de un ser en otro distinto: ¿Qué significado podemos dar a este verso de Ezra Pound: «El ciervo es un viento oscuro», sin que penetre en él un soplo de magia?

De lo dicho podemos destacar que la poesía de Carmen Cristina Wolf está exenta de experimentos lingüísticos.

Nos dice:

«Desde mi casa he visitado el mundo
Y navegué por el mar de los espejos.
Atravesé mil puentes
Recorrí los idiomas y los ritos
Y me asomé a los deseos de los hombres.
Seguí incansable las huellas del éxtasis
En los lugares y en los libros
Subí a lo alto de las catedrales
Visité templos centenarios
Me adentré en viejos mapas
Atravesé las estepas de América
Pregunté al ave y al leopardo
Todo cuanto miré se convirtió en memoria»
Escribe un poema para mí (19)

No tengo dudas al decir que en este poema está representado el movimiento todo del ser espiritual del hombre. Desde una esquina de su Aleph Carmen Cristina nos lleva de la mano por su mundo de magia y ensueño, con alegría unas veces, nostálgica otras, desesperanzada pocas.

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El amor de nuestra poetisa es ofrenda para el hombre y las cosas del mundo en las que ella tiene parte, al amparo de su fe en el Dios que todo lo puede.

La santa Teresa de Ávila, en la escultura de Lorenzo Bernini, parece pegada a la tierra, arrastrada por su manto, mientras el ángel se eleva como un espíritu para infligirle el dulce tormento del fuego divino trasmutado en la sensualidad. El hábito de Teresa se mueve con su cuerpo, sube y baja al ritmo de la brisa, fugaz entrada en este templo de sagrada voluptuosidad.

La Santa de Ávila esperaba el encuentro con el ángel. Carmen Cristina lo ha creado en su poesía y lo lleva consigo.

Alejo Urdaneta

Alejo Urdaneta, poeta, narrador, ensayista y editor.

Lugar y fecha de nacimiento: Caracas, Venezuela, 30 de agosto de 1944. Profesión: Abogado. Libros publicados: Cuentos: 1.-Ezequiel y otras visiones (1979); Juegos, Sombras, Transparencias (1982); La falsa ciudadela del recuerdo (1992); Frutos del mismo Tiempo (1998). ENSAYO: El Arte, una apreciación personal (2006); La Valoración como elemento fundamental del Derecho: Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), ensayo filosófico. Publicaciones en revistas de Venezuela otros países.

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