A DON JOSÉ LÓPEZ RUEDA, IN MEMORIAM

 

Por Enrique Viloria Vera

 

Los valses clásicos del Perú tienen versos realmente bellos. Uno, pleno de saudade, dice: “errante trovador”. ¿Puede encontrarse mejor descripción para un personaje de polendas?

Nunca he practicado el panegírico, dejo a los maestros bizantinos el honor de ser insuperables, y me limitaré a contar mis cortas, pero intensas veladas, que compartí con Don López Rueda.

La máquina de escribir infatigable, no exactamente Remington ni Olivetti, sino, Enrique Viloria Vera, había programada en la Universidad Metropolitana, en Caracas, una reunión entre un grupo de poetas, “el Círculo”, con Don José López Rueda. Su figura calma, su humildad plena de saber y sus apreciaciones puntuales me indicaron que estábamos ante un peso pesado de enormes proporciones.

Nacido en Madrid, en 1928, se doctoró en Filosofía y Letras. Con un fundamento de los que escasean, en griego, latín y vasta cultura, es decir el hombre afortunado que puede leer a los clásicos en su propio idioma sin necesidad de traductores o en su defecto corregirlos.Luego vino su periplo por el mundo, Ecuador, Taiwán, EEUU, Venezuela. Siempre en acreditadas universidades, pendientes de su saber. Yo me atrevería a definirlo como el arquetipo del español-americano que tantas cosas buenas han sembrado, no solamente en saber, sino en el accionar cotidiano del ser que antepone su vida y sus gustos, al servicio de iluminar al resto. Autor de análisis, ensayos, novelas, poesía y pare usted de contar.

Regresando a nuestro encuentro, diré que el reto era publicar una antología poética, del «Círculo»,para mostrarse en España y qué mejor batuta que la de Don Pepe. Le tocó al maestro la selección y análisis, a Don Viloria el látigo del trabajo, y a quien les narra la edición e impresión del libro que estuviese a la altura de las publicaciones en España.

Así fue, un “retrato” del momento en Caracas, y una presentación en España. Primero en Madrid, en la Casa del Artista, y otra en la Universidad de Salamanca. En ambos sitios Don Pepe y su siempre agradable esposa nos acompañaron. Me esforcé para que la calidad del libro estuviera acorde al ilustre invitado. Los colaboradores, desde los prensistas, la fotomecánica, los proveedores del mejor papel, y la maravillosa fotógrafa y diseñadora Laura Morales, hicieron un inolvidable trabajo.

En Madrid, López Rueda leyó la labor del magnífico literato, José Pulido, un poeta ácido y sin contemplaciones del quehacer caraqueño. Terminadas las lecturas, partimos al otro día a Salamanca. Allí, ante un público erudito, y con la batuta del maestro y del “peruano amigo” Pérez Alencart volvimos a recitar.

De regreso de Salamanca en ruta a Madrid, nos sentamos en un vagón cuyo número no recuerdo, el poeta de los amores turbulentos, Henrique Meier Echevarría, quien les narra, y nuestra pareja, Don Pepe y su esposa. Un poco alejado iba el excelente poeta español, Colina. Mientras el tren flotaba en el tiempo, el poeta Meier nos deleitaba con insólitas historias de la burocracia venezolana y nadie mejor que él, pues aparte de ser uno de los mejores abogados constitucionalistas había sido Ministro de Justicia tocándole dinamitar la oprobiosa cárcel, llamada “El retén de Catia”. Don Pepe añadía salero y las carcajadas crecían. Fue en ese preciso momento, sobre las doce del día, que una mujer de mediana edad, de rostro que denotaba sorber todos los amaneceres de su existencia, un vaso de vinagre, quien nos pidió en altanera voz, que callásemos que estaba durmiendo. Se hizo un silencio en el vagón, e instantes luego de la obtusa reprimenda, se escuchó una voz sacada de la profunda Castilla con todo su acento de la Picaresca española: “pero qué clase de imbécil….” Otra carcajada inundó el espacio, fue Don Pepe quien en castizo hablar, escarmentó inmisericordemente la insolencia de tan áspera y esperpéntica dama.

Dentro de mis mejores conversaciones, recuerdo, su excelente análisis del poeta venezolano, cumanés, y a mi juicio uno de los mejores de América Latina del siglo XX, Ramos Sucre. Nadie mejor que él para analizar con conocimiento al cumanés de oro, ya que había que tener un conocimiento de los clásicos, de Homero, de Herodoto, de Plutarco, etc., con celo para saber la travesía de Ramos Sucre. Lo escuchaba con profunda atención y con sana envidia, se había zambullido en ignotos tiempos y en la sabiduría clásica. Para Don Pepe, Ramos Sucre era de una cultura sorprendente, además, insistía, de ella surgía una creatividad deliciosa y adelantada a su tiempo. Me sentí afortunado al ir descubriendo de su mano los vericuetos y las licencias de Ramos Sucre, y de los apostillados del saber del maestro.

Hace unos escasos días me entero de su partida, me dije, se ha ido un gran hombre, su humildad, su sapiencia y su siempre desprendimiento sea un ejemplo. Buen viaje querido maestro.

 

Venturosa jornada, te lo deseo ab imo pectore. Magister et amicus.

 

*Enrique Viloria Vera, poeta, ensayista, docente, polígrafo. Miembro del Consejo Consultivo del Círculo de Escritores de Venezuela.

 

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