Un lunes cualquiera en la vida de Cecilia

Mujer 1

Por Natividad Barroso García

¿Qué hace que, de repente, en medio del apuro de la rutina diaria de una ciudad acelerada desde la madrugada, sientas que el impulso básico hacia la vida, el Eros esencial, se te hace presente?

Ya había hecho parte del recorrido mañanero: salida apresurada del edificio, rápido caminar de una cuadra, fugaz paso por la vía conocida del centro comercial, descenso al subterráneo por la escalera mecánica, por la escalera corriente, espera del tren del Metro entre cientos de personas, entrada apretujada en el vagón, veloz avance asida a las manillas por ocho estaciones, llegada a la Plaza Venezuela y salida a la superficie de nuevo. En la cola de la buseta para la Alta Florida, hacia donde se dirigía para dar las clases particulares diarias, empezó a sentir algo distinto a lo cotidiano. El aire parecía más puro, respiraba mejor, sentía que su percepción se estaba agudizando. Ya en la buseta, cuando iban por las altas calles arboladas, tranquilas (a pesar de ser paralelas a la Cota Mil), el ambiente desplegaba sus atractivos y, de pronto, se sintió atrapada por él. Ya eran las 8:10 a.m. Las hojas de un árbol iluminadas por el sol mañanero, su fulgor entre las otras oscuras, atraparon su mirada. Al mismo tiempo, empezó a oír claramente el sonido de los pájaros, aun de los chirriantes.

Al bajar en la parada de siempre y empezar a caminar por la empinada y solitaria calle de todos los días, los detalles de la reparación en progreso de las paredes de una casa se le hicieron más nítidos. Observó con gusto los avances logrados desde que ella había comenzado a pasar por allí dos veces por semana.

Se dio cuenta de que ese día estaba sintiéndose plenamente viva. Se hizo a sí misma la pregunta: ¿Qué te devuelve la alegría de vivir?

De inmediato, se le presentaron imágenes casi superpuestas que se verbalizaron en voz alta. No le quedó más remedio que sacar su cuadernito de notas que siempre llevaba en la cartera y empezar a escribir, mientras caminaba, la respuesta:

El recuerdo de tus ojos enamorados.

La sonrisa pícara cuando se planifica una travesura.

Mi papá haciendo del abuelito que nunca llegó a ser en vida.

Esa rosa roja y esos geranios intensos en aquel jardín.

Las células batalladoras de tu sangre.

La nieta francesa y los nietos por venir.

El musgo que está convirtiendo a esta ciudad en lagunera o casi gallega.

Las mínimas plantitas que ciñen este muro.

El juego en las nieves de Andorra con tu primer amor.

Las palabras que vuelven a brotar.

Ese helecho especial que no veías desde el patio de la casa de la calle Pérez Galdós.

El saludo de la buena gente que encuentras por las calles.

El violeta de esas hermosas flores colgantes de un arbusto casi parásito.

El recuerdo de la amplitud de miras de Cervantes.

El reto de seguir escribiendo y publicando.

Tu subida en zigzag por estas agudas calles avileñas.

Las palabras resplandor, añoranza, travesías, faroles y un grandioso párrafo del mundo de barcos y juguetes de Gustavo Pereira del cuento que presentaron el otro día.

Contemplar el querido Ávila y estar escribiendo esto mientras llegas a una más de tus clases privadas para la subsistencia.

Y, en ese instante, algo aun más llamativo la atrajo tanto que tuvo que detenerse del todo: En ese pequeño jardín delante de una de las tantas típicas quintas de esa calle había un espectáculo que no podía pasar desapercibido por nadie.

Era una extraña flor que, casi instantáneamente, reconoció como la concretización de la que se le había presentado en aquella duermevela de su huerto en la pradera, a las cuatro y media de una de las tantas madrugadas cuando se despertaba repentinamente ante la visión de palabras de un texto, a veces a color, que copiaba en el cuaderno que siempre estaba al lado de la cama:

CINTILANTE

El extraño color de mis pétalos atrae a todo el que me ve. Su delicada tonalidad entre morado y rosado me convierten en una rara flor. Su geométrico contraste en listas es hermosamente abstracto. Sin embargo, su serpentina, lanceolada longitud y delgadez tornasolada producen cierto rechazo. El hecho de que desde el bosque de hojas gigantescas y vulgares de las ramas de mi planta brote con tal elegancia y exotismo no cabe dentro del esquema general de las flores. Mi fuerte y penetrante aroma nocturno desquicia a todo el que lo perciba.

A los escasos que mantienen su atracción por mis poco comunes características, el descubrir ?sorpresiva e inevitablemente? la brevedad de mi existir los hunde en desolación.

Se encontraba en una de las urbanizaciones construidas en los años finales de la década de los cuarenta del siglo XX a los pies del Ávila y que se han quedado como oasis entre dos de las arterias para la circulación asfixiante de vehículos automotores. En esa zona se viaja al pasado reciente de la ciudad ya que se mantiene en sus años sesenta. Se vive como en las pequeñas poblaciones andinas. No hay tráfico. En las aceras y en los jardines más grandes de algunas de las casas resisten casi todos los árboles sembrados originalmente. Se oyen los pájaros casi todo el día. En una de sus calles se siente el sonido continuo del agua que todavía desciende de la montaña por una quebrada oculta detrás de altos muros. Hay partes en que se mantiene una humedad que produce musgo.

Sin embargo, la creciente inseguridad de la macro-ciudad ha llegado hasta aquí: Ahora, a pesar de las casetas con vigilantes en algunas de las esquinas cerradas con barras movibles, muchas de las quintas han levantado altos muros en que culminan espirales metálicas capaces de ser electrificadas. De todos modos, aunque no se puedan contemplar sus jardines, se ven las ramas de algunos de sus árboles y se oye el canto de las aves. Algo de la antigua Caracas se niega a desaparecer del todo.

La calle comenzaba en una bajada bastante pronunciada y, más o menos, a la mitad, seguía en una subida empinada. Luego se abría en forma de “Y” en dos calles que ascendían aun más perpendicularmente. Había muchas quintas que evidenciaban su largo abandono. La mayoría estaba siendo objeto de reparaciones y adaptaciones, especialmente por el lado izquierdo de la calle. Una había sido convertida en un edificio de cuatro plantas.

En la calle empinada, aun cuando la mayoría de ellas conservan su correspondiente pequeño jardín, el tamaño y exuberancia de las abundantes, largas y apretujadas hojas de las plantas desde donde surgía la flor que había llamado la atención de Cecilia lo hacen destacar entre todos. La quinta está ubicada en donde la calle empieza a ascender. Su percepción agudizada desde temprano en aquel lunes rutinario se sintió atraída de inmediato por esos colores rosado y morado en listas paralelas perfectamente trazadas de los pétalos lanceolados y delgados que se volvían tornasolados bajo el brillo de los rayos del sol y por el ligero movimiento de la brisa. La extraña configuración de los extremadamente largos pétalos de dibujo abstracto –que surgían desde un conjunto de unas veinte corolas de color morado oscuro y de formas parecidas a los jarrones que elaboraban las civilizaciones antiguas– así como el contraste sobre el marco verde oscuro de las abundantes hojas de la planta constituían un atrayente espectáculo. Decidió darle el nombre de su premonición textual: “Cintilante”.

Tardó bastante tiempo en reanudar su camino. Cuando lo hizo, iba alimentada de algo nuevo.

Al regresar a su casa, Cecilia se dedicó a averiguar qué tipo de flor era aquella. En sus libros de botánica, no la encontró. El miércoles siguiente se decidió a tocar en la vivienda para preguntarles a sus ocupantes. Lamentablemente, quien contestó se veía que era simplemente alguien contratado para cuidarla. Solo le pudo informar que había oído decir que era un lirio. Al recorrer sus libros, ya ella había pensado que podría ser un tipo de lirio extraño, cuyo nombre no había podido localizar. Los lirios son herbáceos de la familia de las iridáceas, que son plantas con rizoma.

En los días subsiguientes, se detenía brevemente a contemplar la extraña flor, tanto en el ascenso como en el descenso. Pero, la vida de ese tipo de plantas es muy breve. Una de esas mañanas, se sintió desolada al observarla totalmente marchita. Solo quedaba esperar hasta la próxima ocasión en que algunas de las otras flores del enorme conjunto de ramas y tallos tuvieran su momento de eclosión y esplendor.

No se necesitaba mucho para caer en los pensamientos filosóficos sobre la brevedad de la vida y de todo lo que la compone. Cecilia recordó sus amores, sus viajes, sus bailes, sus grandes momentos vitales; cómo también habían tenido sus puntos de esplendor y de ocaso. Observó cómo se marchitaba su propia piel y contempló la cercanía de su propio fin físico. Se sintió solidaria de Cintilante; sin embargo, como ella, sabía que no desaparecería del todo. Le acababan de comunicar el nacimiento de otra nieta y la publicación de su primer libro. En ambos continuaría su esencia.

En Caracas, a principios del siglo XXI

Publicado en: Narradores por la tarde. Caracas: Editorial: Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. 2008-10-15. Del libro inédito: Zarandeos infinitos y una mirada impávida.

  • Natividad Barroso, poeta y narradora, Miembro del Círculo de Escritores de Venezuela

 

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