Palabras del nuevo presidente, Edgar Vidaurre Miranda

 

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Gracia y Benignidad a todos los colegas del Círculo de Escritores de Venezuela…

Hace unos meses la poeta Carmen Cristina Wolf me pidió considerar el asumir la Presidencia de esta institución. Luego hace una semana me comunicó el hecho cumplido de que los queridos escritores del círculo habían decidido unánimemente que esto fuera así, seguido de la petición para que preparara unas palabras como discurso de orden a pronunciar como presidente entrante en este mayo de Asamblea General.

Debo confesar que no sabía qué hacer al respecto, pues nunca pensé que en mi vida anímica revestida de soledades y de plenitudes esenciales, me iba tocar presidir institución alguna, siendo que por otra parte, nunca me han gustado los discursos de ningún tipo y menos los discursos de orden.

Sentimientos encontrados, pues además de haber participado de manera voluntaria y honesta dentro de las actividades de este maravilloso círculo, creo firmemente en los rituales y en las formalidades que de manera despojada le quitan a los hitos y a los acontecimientos extraordinarios, el carácter profano y cotidiano, para darles un sentido esencial y sagrado.

Así pues, que de manera obediente he dado mi aceptación al cargo y heme aquí preparado a decir las palabras de rigor.

A manera de dirimir estos sentimientos contradictorios, y tomando en cuenta que soy un poeta, las palabras que llenarán esta formalidad no serán pronunciadas dentro del estilo discursivo formal, si no cantadas en forma de parábola o relato simbólico al estilo de los sencillos evangelios:

“Había una vez un hombre que buscaba la integración de todos los elementos en su corazón y que buscaba en su corazón la respuesta al sentido de la vida. Por ello, se había apartado de todo aquello circunstancial que perturbara su armonía con lo esencial, buscando a su vez la expresión de esa inflexión silenciosa del alma, en la palabra. Un día cuando de manera inesperada, algunos amigos lo llamaron para que saliera de su plena soledad a fin de ayudar a la permanencia del ejercicio colectivo de esa palabra escrita, quiso revisar ese corazón para poder una respuesta a esos amigos y a sí mismo.

Por aquel tiempo, ese hombre había tomado otra decisión importante: la de construir un abejar o apiario en el huerto de flores de mastranto y azahar que circundan su casa de campo en donde la plenitud de su soledad lo vinculaba de manera intensa con los ritmos de la tierra y del cielo, con las lluvias, con el viento, con el fuego pero sobre todo con la luna. He aquí entonces la “sincronía” maravillosa que no solo vincula al hombre con la naturaleza, si no con su quehacer humano cualquiera que sea las derivaciones y manifestaciones de la vida.

Durante el tiempo de aprendizaje sobre el pastoreo de los enjambres de esos maravillosos seres que son las abejas comprendió el sentido de todo y desapareció de manera milagrosa la contradicción y la duda. Ver como en la unidad de la colmena cada abeja cumple su función…la Abeja Reina, madre total y absoluta generadora de vida, las obreras con su permanente función de mantener y sostener todo, las nodrizas encargadas de alimentar y nutrir, las recolectoras que buscan el sostén en tiempos de sequía e invierno y los zánganos (esto encaja con los poetas) encargados de seducir, enamorar y fecundar a la madre. Todas ellas unidas con el fin de producir mediante el más asombrosos proceso de transmutación alquímica la miel.

Ahondando aún más en estas revelaciones, ese hombre encontró que además de la miel, este abejar, puede producir también la milagrosa “Jalea Real”, Polen concentrado y cera para las velas que lo pueden alumbrar en las noches cerradas hasta la llegada del alba, y lo hacen a pesar de la lluvia y del viento que tanto daño le hace al vuelo.

Pudo observar además que a pesar de producir la dulzura de la miel, sus aguijones y su valentía a toda prueba, están prestos a defender como sea a la colmena. Nadie puede salir indemne a la confrontación con un enjambre de abejas furiosas. Algo parecido a esa agudeza y esa resolución de clavar aguijones a la injusticia de parte de muchos escritores…”

Dicha esta parábola, les confieso que ese hombre soy yo, y que este maravilloso círculo se asemeja mucha a esa colmena dorada. Por ese entendimiento y esa revelación contenida en ella, asumo y me comprometo de manera humilde y por el tiempo que sea necesario, a ser el colmenero de este abejar. El poeta Eugenio de Andrade decía en un verso sobre su sentir cuando arrojaba poemas al viento: “…las abejas que salen de mi cuerpo”. A su vez el amado Antonio Machado nos habla del “colmenero del alma, Colmenera”.

Este abejero, se compromete formalmente pues a ampliar este colmenar, a cuidar sus flores y sus campos, a mantener limpias y comunicadas sus estancias. Para ello cuento con las bellas poetas Magaly Salazar y Carmen Cristina Wolf, esas grandes Abejas Reinas y con tanto abejorro aguerrido que con aquellos otros soñadores y mansos, componen esta colmena sagrada.

Cuento para ello también con los maravillosos narradores, dramaturgos y poetas (ahora también hay que hablar de twitteros y facebuqueros). Vamos pues a producir nuestra miel como una ofrenda, a espesar nuestras esencias, nuestro polen y nuestras blancas ceras, a defender con denuedo estos espacios a pesar de la lluvia y del viento que tanto daño le hace al vuelo…pero sobre todo a seguir creando, transmutando y fecundando por la gracia que se manifiesta en la polinización de la palabra.

Colmeneros del alma, muchas gracias.

 

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